Por Felipe Etkin
A comienzos de la década de 1970 el movimiento hippie de Estados Unidos amanecía luego del memorable festival de Woodstock que marcaría un antes y un después para la historia del rock. Del otro lado del charco, The Beatles terminaba la grabación del último disco de su historia mientras que un conjunto de países árabes pergeñaba un embargo de petróleo que generaría un aumento exponencial de los precios y recesión económica en casi todo el mundo occidental.
América Latina comenzaría a sentir las dictaduras militares más cruentas de su historia y en la televisión argentina se iniciaba la transmisión de un programa que sería un hito de la pantalla chica, Feliz Domingo.
Los años ‘60 quedaron atrás y el mundo entero giraba en otra dirección. La música popular experimentaba nuevas texturas y discursos que continuarían desarrollándose hasta hoy. Bajo esta atmósfera, en el barrio neoyorquino del Bronx la juventud afroamericana le empezaba a dar forma a una expresión que nutría sus orígenes en las historias cantadas de África, elementos del blues, el funk y diferentes rítmicas que irían dando nacimiento al rap.
Cinco décadas después, tanto en Villa Carlos Paz como en muchas ciudades de la Argentina, las plazas están poblándose de pibes que encuentran en esta práctica un vehículo de expresión discursiva, un arte y en algunos casos, su forma de vida y obsesión.
Sin lugar a dudas el rap superó su etapa de marginalidad que caracterizó sus primeros años; en la actualidad las competencias internacionales superan los 20 mil espectadores dentro de estadios y las 40 millones de visualizaciones en videos de YouTube. Y solo considerando los casos de habla hispana.
La sagacidad en la improvisación, la poética barrial, la disputa por un territorio y el encadenamiento de sentidos que brotan de las palabras de los pibes en las plazas son parte importante de lo que la juventud es, busca y construye en la actualidad.
“El rap es libertad, tanto de expresión verbal como de movimiento”, comentó Yamil Durán quien bajo el seudónimo de Naista viene desde 2016 recorriendo las competencias barriales de diferentes lugares del país. “Esto sucede en todas las ramas de la cultura hip hop; y si hay cada vez más pibes metidos en la movida es porque hay más jóvenes que quieren y buscan contar algo; entonces el rap les ofrece esa posibilidad de poder decir y transmitir. Estamos en un sistema que nos agobia constantemente y más si sos de los márgenes de la sociedad; pero las personas necesitamos expresarnos y más aún los pibes. El rap es un camino certero para eso”, aseguró.
Por su parte, Massaru, rapero de cepa carlospacense, recordó que sus inicios fueron rapeando con sus amigos, “divirtiéndonos y jugando un poco”, mientras escuchaban música del género. “Pero después fui a una plaza con gente que no conocía y frente a la cual tenía que competir; eso genera adrenalina pura porque nadie sabe qué esperar de vos ni vos sabes qué anticipar de todos los otros”, indicó.
Del Bronx a la placita
A partir la década de 1940 el sector noroeste de la ciudad de Nueva York comenzó a sufrir un proceso de degradación edilicia que se iría profundizando a lo largo de todo el siglo. Mayoritariamente de origen judío, las familias tradicionales fueron abandonando el lugar a medida que la población latina y afrodescendiente se instalaba. La xenofobia, sumada a la desidia del Estado generó que el barrio funcione como un ghetto cultural aislado de la urbanización privilegiada de la zona de Manhattan. Al no poder acceder a las discotecas y clubes nocturnos reservados para la población blanca los ciudadanos del Bronx implementaron prácticas de fiestas callejeras y clubes barriales improvisados. Ese fue el caldo de cultivo a partir del cual fue gestándose toda una nueva flora y fauna artística: los DJ, el hip hop, los graffiti, el break dancing, entre otras diversificaciones. Desde la década de 1970 el rap fue echando raíces y aferrándose a la cultura de los sectores populares norteamericanos; en ese terreno, las condiciones de existencia de los afroamericanos le dieron a sus expresiones artísticas un cariz de rebeldía, demanda y bronca testimonial.
Fue desde 1980 que el rap se popularizó e hizo internacional. El primer hitazo llegó un año antes del comienzo de la década, en 1979, con “Rapper´s Delight” de The Sungarhill Gang.
Lentamente la ghettificación logró superar sus límites y llegó a la industria cultural. Radios, discotecas, programas televisivos y discográficas ampliarían el campo de acción. A comienzos de los 2000 poco quedaría de aquel origen del Bronx y la escena del rap sería protagonizada por Eminem, un típico norteamericano del estado de Missouri que llegó a ganar premios Grammy, menciones de la revista Rolling Stone y el Oscar a mejor canción original por la película “8 mile” que él mismo protagonizó.
La cultura taquillera y masiva había sentenciado su visto bueno.
Sin embargo, por debajo de los grandes astros de la música internacional los pibes de los barrios en plazas o pasando la gorra en colectivos y subtes fueron buscando su inspiración y trazando un camino que los llevó a la explosión del Freestyle en la actualidad.
En parte, ‘El Quinto Escalón’ fue el epicentro de este resurgimiento con aires criollos. Se trata de una competencia callejera en unas escalinatas cerca de Parque Rivadavia en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Como dice Hernán Panessi, la movida de El Quinto Escalón “erigió al freestyle local como bandera, le levantó el precio, subió una vara y metió a los locales en las grandes discusiones globales”.
El periodista recuerda que esta competencia sirvió como usina de talentos artísticos que hoy están en primer nivel como Duki, Ecko, Lit Killah, Wos, Klan y MKS. “Heredando el espíritu de competencias como Las Vegas Freestyle (la más vieja de la capital federal) o Halabalusa (la más popular hasta ese momento), El Quinto Escalón creció fuertemente gracias al talento de sus competidores, la viralidad de sus batallas, la fidelidad del público y el acompañamiento de un show de radio que duró algo más de un año en el dial de Vorterix. El Quinto Escalón fue el espacio de desarrollo de la cultura del freestyle en Argentina. Mientras duró, fue implacable: la movida empezó con un puñado de pibes y se coronó con millones de reproducciones en YouTube. Todo les quedaba chico: las escalinatas, el anfiteatro del Parque, los escenarios armados junto al Gobierno de la Ciudad, Groove, Malvinas Argentinas y la que viniera”, recuerda Panessi.
Estilo libre
Las competencias de rap básicamente consisten en una serie de duelos entre dos jóvenes que durante un tiempo determinado tienen que improvisar versos rimados desafiando a su oponente. Detrás, el acompañamiento musical es una base rítmica estable que, en el caso de las plazas, la ejecuta alguien a fuerza de pulmón con la técnica del beatbox.
Con sus variantes, el ritual es similar tanto para el puñado de jóvenes en la plaza del pueblo como para los estadios multitudinarios patrocinados por Red Bull en la competencia más famosa de habla hispana, la Batalla de los Gallos.
“Cuando vi por primera vez una competencia de freestyle me sorprendió que una persona pudiera hacer eso”, recordó Massaru; quien hasta el momento ha recorrido distintas ciudades de la provincia de Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe para rapear. “Hay eventos de barrio que son pequeños y hay grandes competencias como es el caso de Sin Escritura en la ciudad de Córdoba”, sostuvo.
El rapero local indicó que varía mucho el número de audiencia que asiste a las diferentes instancias dependiendo el lugar, los competidores y la antigüedad del evento. Asimismo, el joven comentó: “Generalmente la organización comienza con un grupo de amigos que decide hacer una competencia y empieza a hacer mucha difusión. Con el tiempo se generan eventos más grandes en los que puede aparecer algún sponsor que auspicia su realización”.
Por su parte, Naista subrayó las competencias “underground” no imponen límites de cantidad de participantes ni de edad para su inscripción. “Surgen de algún organizador que quiere activar la cultura de batallas, busca jurados capacitados y se abren las inscripciones libres”, observó.
Respecto su origen en la música urbana, el rapero cordobés explicó que sus pasión nació desde muy chico con un álbum de Eminem, regalo de su madre. “Años después fui a ver un show de él mismo y ahí explotaron mis ganas de querer meter mi nombre y estar presente en la movida. Actualmente mi esperanza es poder llegar a vivir de esto. Uno lo hace totalmente por arte y amor pero sería muy bueno poder mantenerse con lo que a uno le apasiona”, señaló.
En Villa Carlos Paz la competencia regular más importante tiene el nombre de Killing Fakers. Se desarrolla desde hace cinco años en la explanada de la ‘Plaza del Reloj’, frente a las oficinas del Correo Argentino. Al comienzo fueron unos pocos jóvenes los que comenzaron a gestar el evento; no obstante, progresivamente a medida que el rap en castellano se consolidaba, la plaza se fue colmando y funcionando como una usina de talentos locales.
Torneo global
La Batalla de los Gallos (BDLG) es una competencia internacional patrocinada por la empresa de bebidas energizantes Red Bull que viene desarrollándose de manera anual desde el 2005. El primer campeón de la contienda mundial fue el argentino Frescolate, que logró imponerse en la batalla final que tuvo lugar en Puerto Rico. La sede del evento cambia todos los años y Argentina fue la elegida para la última edición de 2018 en la que Valentín Oliva, alias Wos resultó campeón. En tanto, la BDLG de este año tendrá lugar en España y comenzará el día 30 de noviembre. El requisito para la participación es ser mayor de 16 años y saber encarnar frente al jurado el eslogan del evento: “Muchos hablan, pocos riman, solo los mejores improvisan”.
Nuestra ciudad tuvo un representante que participó en las eliminatorias nacionales en Buenos Aires. Se trata de Bruno Baico, alias Cold. El joven de 18 años comenzó rapeando por las calles de Villa Carlos Paz, organizando eventos y participando de las competencias locales. Al cierre de esta edición aún no se encontraban clasificados y confirmados los representantes que viajarían desde Argentina.
Luego del día 30 la carrera del ganador dará un giro y podrá asegurarse un espacio en los contados lugares del estrellato mainstream.
El renombre, la publicidad y el acceso a una industria cultural sedienta es parte colateral del premio; aspectos bastante distantes de la cotidianidad de los y las jóvenes que van pensando cómo articular las rimas del próximo finde en la placita del barrio.
Nota correspondiente a la edición n° 546 del periódico La Jornada, del 30 de octubre de 2019.