Una elección marcada por la indiferencia, el descrédito y una reelección que expone el vaciamiento de sentido de una institución fundamental.
La elección del defensor del Pueblo en Villa Carlos Paz este domingo confirmó lo que ya no puede leerse como una señal aislada ni como una advertencia: es el derrumbe. Apenas el 17,2% del padrón acudió a las urnas. De casi 59 mil personas habilitadas, sólo 10.212 votaron. Y aunque el dato resulte brutal, no sorprende. Porque hace tiempo que la figura del defensor del Pueblo dejó de representar a los vecinos para convertirse en una oficina más del engranaje municipal, sumisa, inoperante y alineada políticamente al poder de turno.
En ese contexto, Víctor Curvino fue reelecto con 3.046 votos, una cifra que representa apenas el 5,15% del padrón total. Es decir: más de nueve de cada diez carlospacenses decidieron no votarlo. O no votar a nadie. Y sin embargo, será él quien retenga el cargo por cuatro años más.
¿Quién es Curvino? El mismo que protagonizó un bochornoso video viral, manejando con una copa en la mano por la costanera de la ciudad —material que dio la vuelta al país y expuso a Villa Carlos Paz al ridículo—. El mismo que terminó de convertir a la Defensoría del Pueblo en un apéndice del oficialismo, sin cuestionar, sin investigar, sin ejercer el más mínimo contrapeso. El mismo que, según múltiples testimonios, fue sostenido por la maquinaria municipal, que desplegó presión sobre contratados y becados para garantizar su reelección.
¿Cómo se legitima una victoria con tan poco respaldo social? ¿Cómo se sostiene el discurso de “responsabilidad y honestidad” cuando la gestión ha estado atravesada por la obediencia política, el silencio ante los abusos del poder y la ausencia de resultados concretos? ¿De verdad cree Curvino —como afirmó su equipo en un comunicado— que este es “el camino a profundizar”? ¿De verdad se lo creen?
Porque no solo perdió la mitad de los votos obtenidos en 2021; lo hizo en una elección donde ni el aparato ni el frío ni la presión pudieron esconder el hartazgo ciudadano. La abstención no fue solo por desconocimiento, también fue por desinterés y descreimiento. Y esa es la herida más profunda: no solo no se defendieron los derechos de la ciudadanía, sino que se logró que la ciudadanía ya no espere nada de quien debe defenderla.
Mientras algunos medios del engranaje oficialista ensayan ridículas lecturas épicas sobre un resultado numéricamente favorable, lo cierto es que la institución está en ruinas. Sin legitimidad, sin vínculo real con la comunidad, y sin voluntad de asumir autocríticamente su rol.
La figura del defensor del Pueblo nació para ser una herramienta de contralor ciudadano, cercana a la gente y ajena al poder. Hoy, en Villa Carlos Paz, representa todo lo contrario: una función vacía de contenido, protegida por el blindaje político y reducida a un cargo con salario garantizado pero sin función real.
El problema no es solo Curvino. El problema es una estructura institucional que permite esto, una clase dirigente que lo sostiene, y una ciudadanía que, en su gran mayoría, ya ni siquiera se toma el trabajo de votar. No por apatía, sino por desencanto.
Lo sucedido este domingo debería encender todas las alarmas. Porque si la representación se transforma en una ficción y el poder se autoprotege, la democracia empieza a desdibujarse. Y eso, en una ciudad como la nuestra, debería preocuparnos mucho más que los resultados provisorios o los discursos de celebración.