Por Modoviaje.OK
No muchos conocen la historia de Malagueño. Se sabe sobre sus canteras de cal, pero su valor patrimonial todavía es un secreto sin descubrir.
Con unos 25.000 habitantes, Malagueño se ubica entre las ciudades de Córdoba y Carlos Paz. Cuentan que el nombre refiere a un vecino español muy querido en el pueblo, proveniente de Málaga.
Para muchos es un mojón a mitad de camino pero, en verdad, atesora una historia única que merece ser contada.
Antes de la llegada de los conquistadores, estaba habitada por los pueblos originarios de Córdoba. Aún quedan vestigios.
Mucho tiempo después, a finales del siglo XIX, Malagueño creció gracias a la explotación de la cal. No obstante, la gran expansión vino de la mano de la tradicional familia Ferreyra.
Desde el principio, todo giró alrededor de la piedra caliza. Allí se encuentra el horno de cal más grande de Sudamérica (1907) y único en el mundo; hay un horno de 1883 y el más vistoso y cuidad es el de la fábrica número 5, que está en pleno centro de la localidad.
Días atrás nos reunimos con Gustavo Coronel, jefe de la unidad asesora de Patrimonio Histórico de la municipalidad de Malagueño, que nos acompañó en un recorrido realmente sorprendente.
Nos encontramos en la plaza Belgrano frente al edificio donde funcionó la primera escuela (1904), a pocos metros de la capilla Nuestra Señora de Nieva, también construida el mismo año.
No quedan muchos más edificios históricos y tampoco tiene museo, aunque Coronel va atesorando piezas para el día en que sea posible organizarlo. Hay algunas vinculadas a la primera empresa de cal. Esto incluye ladrillos refractarios de Escocia, Irlanda, Perú, y Estados Unidos de finales del siglo XIX, que se han encontrado en el lugar. “Es una parte de la historia que nunca se vio, nunca nadie le prestó atención”, dice Coronel.
Nos contó que el pueblo fue fundado en 1886 por doña Martina Cabezón Argüello de Ferreyra. Ella realizó el primer trazado urbanístico. Por entonces era un caserío donde vivían, en su mayoría, trabajadores de las canteras.
Pero antes de esa historia hubo otra historia: en 1576, Don Pedro de Villalba recibió la merced de estas tierras. De aquel linaje procedía
Martina, casada con Martín Ferreyra.
“Si no fuera por los Ferreyra, las canteras y la cal, Malagueño no existiría”, remarca Coronel.
Don Martín Ferreyra fue el pionero de su familia en la producción de cal en Malagueño.
Aunque la explotación ya existía en el siglo XVIII. Hay documentación que revela que parte de la piedra y cal con la que se construyó la Catedral de Córdoba provenía de esta zona. No había hornos como los actuales, sino hornillas como en los cortaderos de ladrillos.
Como es de presuponer, el pueblo creció de la mano de la cantera. En 1883, la comisaría contaba con cinco policías: uno en el pueblo y cuatro en las canteras. “Imaginen el movimiento que había en las canteras”, nos dice Coronel.
Después de la muerte de Martín Ferreyra, se conformó Canteras Malagueño, más tarde vino Corcemar, Minetti y, hoy, Holcim.
La historia ferroviaria de Malagueño también está vinculada a las rocas calizas. La vieja estación de tren, anterior a 1885, puede dar fe de eso.
Coronel relata que durante la gobernación de Juárez Celman, Estanislao Ferreyra planteó la necesidad de la llegada del ferrocarril ante el crecimiento de la producción de la cal. “Encontramos un documento de 1904 donde consta que compró 60 mil toneladas de rieles, con los clavos, a 18 pesos la tonelada”, cuenta.
Cada horno tenía su sistema férreo, su trochita por donde subía la “zorrita” que tiraba por el hueco la piedra para ser quemada y luego recogida en los túneles.
De las ocho “zorritas” que había, sólo queda una en Malagueño, que necesita restauración. El resto está en museos ferroviarios del país o terminaron en fundiciones.