El hallazgo en la Patagonia corresponde al Joaquinraptor casali, un dinosaurio de más de siete metros de largo que vivió en el Cretácico. En sus mandíbulas se encontraron huesos de un cocodrilo.
Un equipo internacional de científicos descubrió en la provincia de Chubut los restos fósiles de un megarraptor de más de siete metros de longitud, que conserva en su boca fragmentos de lo que habría sido su última presa: los huesos del brazo de un cocodrilo.
El hallazgo, publicado en la revista Nature Communications, fue liderado por investigadores del Conicet, de universidades públicas argentinas y del Museo de Historia Natural Carnegie de Estados Unidos. La especie fue bautizada Joaquinraptor casali, en homenaje al hijo del paleontólogo Lucio Ibiricu y al especialista Gabriel Andrés Casal.
Un depredador de la era final de los dinosaurios
Los fósiles fueron encontrados en inmediaciones del lago Colhué Huapi. Entre los restos identificados figuran el cráneo, costillas, vértebras, partes de las patas y fragmentos de otras piezas óseas que permiten dimensionar el tamaño del ejemplar: pesaba alrededor de una tonelada y se movía con rapidez, lo que lo convertía en un depredador temible de finales del Cretácico.
Los científicos subrayaron que este megarraptor vivió hace unos 70 millones de años, poco antes del impacto del asteroide que marcó la extinción de los dinosaurios. Su hallazgo suma evidencia sobre cómo era la fauna de la Patagonia en esa época, región que también albergaba cocodrilos, aves primitivas y otros dinosaurios herbívoros.
Un linaje con presencia en varios continentes
El Joaquinraptor casali forma parte de un grupo de depredadores que se distribuyeron por Sudamérica, Asia y Australia. Estos dinosaurios se caracterizaban por sus garras largas y curvas, utilizadas para atrapar y desgarrar a sus presas.
El hallazgo patagónico se considera excepcional no solo por el buen estado de conservación de las piezas, sino también porque ofrece un raro registro de comportamiento: el animal murió con los restos de otro en sus fauces, una evidencia directa de sus hábitos alimenticios.
Con este descubrimiento, la Patagonia vuelve a posicionarse como uno de los territorios más ricos del mundo para la paleontología, aportando claves sobre la vida y la extinción de los dinosaurios.