‘Aquella solitaria vaca tulumbana’ (Entre Caminiaga y Cerro Colorado – Córdoba – 7 de octubre de 2021)

La vaca de mi foto no es cubana como la de los Redonditos de Ricota. Tampoco miraba el cielo justo a tiempo… y decir que ‘la civilización la amaba’, suena a demasiado.

Pero seguro que tiene dueño en algún campo del separtamento Sobremonte, o del Río Seco o de Tulumba.

Elijo Tulumba para que suene más musical:

Y allá va, entonces, aquella solitaria vaca tulumbana, rumiando la nada misma, en busca de un ojo de agua, de un arroyo perdido, de un brote verde… o de una cosa cualquiera que su instinto vacuno transforme en energía de vida.

Y está difícil la cosa por estos días.

Estamos en lo que fue un monte extenso (en geografía y en historia) de ‘Palma Caranday’… entre los pueblitos históricos de Caminiaga y Cerro Colorado. 

La ‘Palma Caranday’ (Trithrinax campestris) es una planta de la familia de las arecáceas, nativa del sur de América (bien del sur), muy rústica ella, que crece en zonas de suelos áridos, pedregosos y secos, resistiendo, en su ambiente original, temperaturas de hasta 11,5 °C bajo cero y al calor extremo de los veranos cordoobeses.

Pero el infierno dantesco de las pasadas jornadas, fue demasiado.

Es distintiva esta palmera continental, alejada del mar que las convierte en exóticos adornos de postales de verano, por conservar pegados al tronco los restos de las frondas muertas, lo que le da un aspecto característico.

Dicen los criollos, los lugareños, que ante el fuego se comporta de manera alocada, lanzando como bombas encendidas a varios metros.

Eso dicen por acá.

Y les creo.

Y así queda todo.

Y por allí va mi amiga solitaria. Digo, la vaca.

Confieso que me bajé del auto, con el permiso de mis cumpas de laburo, y la perseguí.

Quería una buena foto con Ella mirándome como solo las vacas miran pasar a un tren.

Pero no soy un tren. Tampoco soy un tren bala. Creo.

Me miró entre dos caranday y le apunté con el ‘celu’, casi sin zoom… y me salió chotita…

Click… click

Caminó.

Se alejó.

La seguí.

No lograba ‘mi foto’. La Foto.

Es más, confieso que la llamé como se llama a un perro:

‘Hey… pst… chssst… vaquitaaa’

Y nada… se me alejaba.

Hasta le silbé.

Me dio vergüenza estar llamando a una vaca con silbidos (otra vez los Redonditos me suenan) y miré para atrás.

Por suerte estaba solo y nadie notó mi papelón.

Pero mis cumpas ‘no me tienen paciencia’ y el ‘trabajo serio’ me llamó a manera de bocina:

Clank… clank (onomatopeya)

Así que apuré un par de fotos más, de costado. Ya sin esperanza que mi amiga tulumbana me mire.  

Y quedó esta foto:

La solitaria vaca tulumbana entre los caranday muertos… pero de pie. 

Va a llevar años y años recuperar lo que se perdió.

Espero que mi amiga, la vaca solitaria, tenga larga vida… como su leche.

Nota correspondiente a la edición n° 570 del periódico La Jornada, del 19 de octubre de 2021.

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