Por Luis Tórtolo
“Fantasmas de Ansenuza” (Miramar – Córdoba – Octubre de 2016)
Mi provincia lo tiene todo… hasta tiene mar.
Un mar interior, pero mar a fin de cuentas.
El Mar de Ansenuza, o Laguna de Mar Chiquita (nombre que conocí de chico y que tiene menos gracia que un desalojo) tiene una historia geológica e hidrológica que es tan amplia que siente que no tiene porqué respetar los efímeros y apresurados “Tiempos del Hombre”.
Es una cuenca endógena, contradiciendo a La Sagrada Biblia misma, cuando dice: “Todos los ríos van al Mar”, ya que nuestro Suquía, el Xanaes y el que viene de Santiago: el río Petri o Dulce… mueren en esta depresión… y de allí NO salen hacia el Gran Mar. Obvio que la Biblia se adapta a todas las interpretaciones y alguno dirá que también cumple con este precepto.
Lo cierto es que las aguas dulces de los tres tributarios entran, cargadas de sales, y solo sale el agua por evaporación, con las pesadas sales quedando… y quedando… y quedando… y complicando esta sopa.
El antiguo (aunque no tanto) Sanavirón se asentó por estos lares, pero el tipo venía livianito de equipaje, los problemas vinieron más acá en el tiempo, apenas un par de generaciones atrás, cuando ya se empezaron a colocar ladrillos a la vera de La Mar pensando que la costa era un límite rígido.
Bueno… de eso se trata esta foto.
Esas siluetas arbóreas, tan humanas, tan solas, tan tristes y saladas… las generó el Hombre… unas décadas atrás con la mejor intención, mientras en otros lares, río arriba, se desmontaba a cuatro manos.
Ansenuza, cuando se le ocurrió, dejó en claro quién manda.
Ahora, hablamos de fantasmas…
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Nota correspondiente a la edición n° 440 del semanario La Jornada, del 30 de octubre de 2016.
