En el juicio por crímenes de la Esma, el represor Alfredo Astíz le apuntó al movimiento mapuche y aprovechó el caso Maldonado.
El contexto es el desarrollo del tercer juicio en el que se juzgan crímenes cometidos durante la última dictadura cívico-militar en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) de Buenos Aires. Cuando a Alfredo Astíz se le brinda el derecho al a última palabra, se presenta con rango militar.
Después, el contexto de la investigación de una “desaparición forzosa” en el país parece darle el marco a una innovación en el seguimiento de sus discursos, que negaron sistemáticamente los delitos de lesa humanidad. “La lucha contra el terrorismo es una guerra sin tiempo. Se le puede ganar batallas, pero la guerra nunca se termina” adujo ayer, en Comodoro Py.
El caso Santiago Maldonado fue el respaldo para que Astiz hiciera su descripción y le apuntara a los mapuches, poniéndolos a la par del ‘movimiento subversivo’ contra el que adujo luchar: “La clase política pensó que la cruzada contra Fuerzas Armadas no le demandaba costos, que nuestro país no corría riesgo de un ataque a la soberanía y le daba rédito con sectores afines al terrorismo. Sin embargo, aparecieron en el sur movimientos secesionistas, que escudándose en ficticias reivindicaciones ancestrales, pretenden crear una nación independiente, apropiándose de nuestro territorio”.
Condenado a cadena perpetua en Argentina, pero también en Francia (en un juicio en ausencia, por el secuestro, la tortura y desaparición de dos monjas francesas, se lamentó porque, durante los primeros días de investigación, “en Chubut el principal problema de debate de políticos no era este movimiento y sus objetivos, sino si un gendarme tenía o no una piedra en la mano”.
Nuevamente, pareció negar la desaparición de una persona, por sobre la relevancia de los organismos de seguridad. En su discurso, ya había manifestado: “Los uniformados nunca se sintieron separados de la sociedad, pero sí de la clase política, que los agravió para esconder sus intereses espurios”.
