Nacía la Patria: milicias y milicianos en el Valle de San Roque

Por Eldor “Piti” Bertorello y Evelina Ramírez

 

Acta Independencia“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. – Acta de la declaración de la independencia – 9 de julio de 1816.

 

Tapa_424_la_jornada_10-07-16Este 9 de julio, el país celebró 200 años de la declaración de la independencia. Y si bien gran parte de las guerras independentistas se disputaron en los territorios del Alto Perú, cada rincón de nuestro país hizo su aporte, sobre todo con personas que fueron reclutadas para la batalla.

En este Bicentenario, La Jornada propone un repaso por la historia para conocer las milicias y milicianos que en el Valle de San Roque hicieron su aporte a romper las cadenas de la opresión.

 

Punilla y las guerras por la independencia

Ya desde 1810, con la revolución de Mayo consumada, el primer gobierno patrio creó la Junta del Interior para formar los cuerpos de ejércitos que tanto necesitaba. Al Valle de San Roque llegan las informaciones que la incorporación va a ser forzosa: un comandante iba a ganar 50 pesos por mes, un sargento 12 pesos, un cabo 10 pesos, un tambor y un soldado 7 pesos. Además se le descontaría a cada uno 2 pesos para el uniforme. El reclutamiento se haría “entre solteros, ociosos, vagos y mal entretenidos”.

Con la permanente incorporación de hombres a las milicias llamados para el combate surge, paralelamente, el despoblamiento del valle de San Roque. Ello trae aparejado un efecto negativo en la economía de la región, la cual ve agotarse hasta sus máximas posibilidades las reservas humanas como consecuencia del continuo reclutamiento. En efecto, hacia 1812 en Punilla los hombres son en su mayoría labradores, lo que provoca un considerable perjuicio en la agricultura y otros ramos ante la falta de manos para el trabajo.

Las penurias económicas del valle serrano se ven agravada, además, por las contribuciones de recursos productivos a las tropas independentistas movilizadas. Desde 1811 los pueblos y regiones del interior de la provincia deben aportar a las tropas nacionales de caballadas y reses vacunas; a finales de 1813 un decreto de la Junta del Interior establecía que los distintos departamentos tendrán que colaborar con dinero en efectivo. A Punilla le corresponde la suma de 100 pesos mensuales.

La difícil situación material en que queda la región como consecuencia de las guerras de independencia queda claramente expresada en las palabras de José P. Burgos, quien en 1814, desde el Oratorio de Punilla, da a conocer un cuadro desolador sobre las posibilidades de colaborar con los ejércitos nacionales: “A pesar de no tener más entradas que el laboreo de tierras y un corto criadero de ganado que con infinito trabajo y bastantes escaseases sostienen las indicadas labranzas, se ha exterminado este vecindario, ya con donativos, ya con contribuciones, ya con auxilios continuados”.

Por otra parte, el 4 de noviembre de 1813, mediante una nota del gobierno patrio firmada por Feliciano Antonio Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, se solicita a la Junta Provincial de Córdoba que informe sobre la cantidad de clérigos y funciones que cumplen. Allí se menciona  al Dr. José Miguel Castro, cura de Punilla.

El 17 julio de 1814, celebrando el triunfo de la tropas patriotas en Montevideo, el Juez del Valle de San Roque, José Roque Rolón, hizo celebrar una misa de gracias con repique de campana, “cuetes e iluminación” de la capilla. La ceremonia estuvo a cargo del párroco interino Julián Sueldo en alabanzas al Señor de los Ejércitos.

El 25 mayo 1816, en la capilla de San Roque, el cura de Punilla, José Julián Sueldo, oficia un Tedeum y misa en acción de gracias en conmemoración de un nuevo aniversario de la revolución de Mayo. Esta ceremonia había sido dispuesta  por el gobernador José Javier Díaz.

 

Punilla y las guerras civiles

Valle de San RoqueConsolidada la independencia política de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el gran problema a resolver era el de lograr el consenso necesario para erigir la forma estatal a partir de la cual se institucionalizaría la autoridad y las normas de convivencia entre los pueblos rioplatenses. Sin embargo, esto no sería una cuestión sencilla de resolver, ya que las profundas diferencias –sintetizadas en el enfrentamiento entre federales y unitarios- harían que no sólo se postergarse por varias décadas el proceso de unificación política y territorial, sino que dichos años se viesen también teñidos por largas y cruentas guerras internas.

En ese marco, la batalla de San Roque, desarrollada en terrenos actualmente ocupados por el embalse del dique San Roque, será de vital importancia en la política del período posindependentista inmediato.

Nos situamos en la década de 1820. Luego de la batalla de Cepeda cae la autoridad central de Buenos Aires, por lo que cada provincia se hace fuerte en su soberanía; es decir que cada una tenía su gobierno, su ejército y su aduana. Surgen las figuras de los “caudillos” que defendían los intereses regionales de las provincias y contaban con el apoyo de milicias populares.

En 1824 se convoca a un Congreso Constituyente para tratar de dictar una constitución de alcance nacional. Los diputados se dirimían entre dos posibles sistemas de gobierno para la nueva república. Por un lado, estaban los unitarios que pujaban por la organización de los estados provinciales en torno a una autoridad central establecida en Buenos Aires; por otro, se encontraban los federales quienes sostenían que cada provincia debía conservar su soberanía obtenida luego de la batalla de Cepeda. Los unitarios lograron imponer su Constitución, como así también el nombramiento de Bernardino Rivadavia como presidente.

De esta manera se inauguraba en el país un periodo de guerras civiles entre unitarios y federales en donde las alianzas tejidas entre los caudillos fueron fundamentales a la hora de imponer la bandera ideológica de uno u otro bando.

En Buenos Aires gobernaba el caudillo porteño Juan Manuel de Rosas, luego de haber depuesto al General Lavalle; en Santa Fe lo hacía Estanislao López; en La Rioja Facundo Quiroga y en Córdoba Juan Bautista Bustos. Todos ellos bajo la bandera federal.

El 12 de abril de 1829, ante el avance de las tropas de Paz sobre la ciudad de Córdoba, el Gral. Bustos, gobernador de la provincia, se repliega con su ejército al Valle de San Roque. Dos días más tarde, Paz envía una comisión integrada por Gaspar del Corro, Narciso Moyano y José Roque Savid con el fin de que se entreviste con Bustos, atrincherado con sus tropas en el Valle de San Roque. Llegan a un acuerdo en horas del mediodía por el cual Bustos y Paz se alejarían de los mandos procediéndose a la elección de un nuevo gobernador.

En la madrugada del 17 abril 1829, el ejército del Gral. Paz llega hasta una legua antes de San Roque haciendo un alto. El representante de Paz, el Dr. Savid, llega hasta la hacienda de San Roque y conviene una reunión de ambos jefes. Se establece la entrega de rehenes, por lo que pasan al campamento de Bustos el coronel Román Deheza y el coronel Hilarión de la Plaza. Bustos, por su parte, manda al campamento de su rival a José Arguello y N. Mieres.

Paz llega a San Roque con el capitán Rafael Correa y a Bustos lo asiste el coronel español Antonio Navarro, que llegaba de refuerzo desde San Luis. Los saludos fueron protocolares y la conferencia se inició en medio de lógicos recelos. A medida que avanzaba la conversación fueron allanándose las dificultades. Bustos seguía tratando, de todas formas, de prolongar la situación, esperando la llegada de Facundo Quiroga que se aproximaba a Serrezuela.

Se llega a un acuerdo permitiéndose a las tropas de Paz acercarse hasta el río San Roque para abrevar. Los soldados de ambos bandos quedaban frente a frente, de tal manera que los que bajaban de los campos por agua podían ponerse al habla.

El 18 de abril de 1929, los generales Bustos y Paz vuelven a reunirse a orillas del río San Roque. Es un descampado. La conversación no es breve. Paz insiste en su desconfianza; Bustos sigue tratando de ganar tiempo, ya que no le llegan noticias del ejército de Facundo Quiroga que viene en su auxilio.

Finalmente firman un acuerdo. Paz se hace cargo del gobierno provincial para convocar a los departamentos de la campaña y la ciudad a elegir representares. Además retirará su ejército a diez leguas de la ciudad de Córdoba y Bustos mantiene su actual emplazamiento.

Al día siguiente, las tropas de Paz detienen su repliegue desde el valle de San Roque a la altura de Yocsina. Avanzada la mañana no se recibía el reconocimiento de Gobernador por parte de Bustos. El recelo estaba en el espíritu de Paz, quien esgrimiendo el argumento de supuesta mala fe de su rival, decide atacar las posiciones de San Roque, las que Araoz de Lamadrid describe de la siguiente manera: “San Roque está situado en una espaciosa quebrada situada al pie mismo de la sierra que sirve de espaldón al Oeste. La quebrada corre de norte a sur, hay allí un río de bastante caudal, que teniendo sus vertientes en las sierras corre hacia el noreste, pasa por la orilla misma de la población que está compuesta por rastrojos o quintas de sembrados”.

Paz, por su parte, afirma: “La hacienda de San Roque que pertenece a los Fragueiro y el edificio está situado en la margen izquierda del río, que es el mismo que cruza Córdoba: mira al camino de la ciudad y, por consiguiente al oriente. Tiene adelante una frondosa y espaciosa huerta, cuyo exterior cae sobre la barranca que forma el cauce y que solo deja al lado sur un callejón con algunas varas de ancho que sirve de entrada al patio.

“Al norte de la misma se prolongan una serie de chacras por muchas cuadras sin interrupción, cuyos cercados exteriores bordean igualmente la barranca. El espacio que ocupan la huerta y las chacras se halla ceñido, por una parte por el río y por la otra por una sierra baja pero áspera que corre a espaldas de la casa y paralelamente al río, dejando solamente entre ella y el cercado de chacras, opuesto al río un camino muy desigual y pedregoso”.

La actitud dilatoria del Gral. Bustos después de la firma del tratado del 14 de abril, hizo que dudas y sospechas siguieran inquietando al Gral. Paz, hasta que datos recibidos, pusieron en evidencia el propósito de Bustos de hacerle perder tiempo, dando así lugar a que llegaran las fuerzas que en su auxilio venían desde La Rioja, Catamarca y San Luis.

El Gral. Paz, decidido ya, marchó hacia el Valle de San Roque donde llegó al amanecer del día 22 de abril. Allí despachó un pliego a Bustos ordenándole disolver su ejército y entregar las armas por incumplimiento de lo pactado. Antes de una hora, que se invirtió en preparar los caballos, se presentó el ayudante de campo de Bustos, Don Manuel Arredondo (Comandante de Milicias de Punilla, hermano de Claudio Antonio de Arredondo) con una contestación escrita de su jefe donde desmentía los cargos que se le hacían.

Paz decide marchar contra Bustos, listo para el combate. Dividió su ejército en dos columnas de ataque. La de la izquierda, a las órdenes del Coronel Deheza, se componía del Batallón 5, del escuadrón  Voluntarios Argentinos y 4 piezas de artillería; la de la derecha, bajo las órdenes del mismo Paz, estaba formada por el Batallón 2 de Caballería.

El lugar de la batalla fue la hacienda de San Roque, perteneciente a la familia Fragueiro. La casa estaba ubicada en la margen izquierda del río. El lugar, según Araoz de la Madrid, “tenía 5 piezas, techos de tejas y azotea, había otras casas de paja, chacras con alfalfa y delante una espaciosa huerta de duraznos y manzanos cuyo exterior caía sobre la barranca que formaba el cauce”.

En las memorias de Paz se encuentra la siguiente descripción  de las fuerzas enemigas: “Muy inmediato del edificio se elevan dos montecillos en que el enemigo tenía colocadas dos baterías, contando ambas de 8 piezas a cuatro y un obús, la una barría completamente el callejón principal que desemboca en el patio; la otra dominaba las riberas del río, todo el terreno y las chacras del frente y estaba en actitud de dirigir sus fuegos a la izquierda. La poca infantería que tenía Bustos había sido colocada en el frente del edificio y la caballería que era la más numerosa se prolonga a su izquierda”.

Paz se abalanzó con sus hombres rompiendo el cercado y apoderándose del camino que conducía a la casa. “La fuerza enemiga no se presentó en grupos uniformes y se fue replegando hacia las asperezas de las sierras”.

Después de perdida la batalla, Bustos con algunos de sus hombres se dirigió, perseguido por el Coronel Pringles, con rumbo a Pocho por Los Gigantes y la cuesta de Dos Ríos al Valle de Traslasierra buscando el contacto con las tropas de Facundo Quiroga. Diversas partidas fueron dispuestas en persecución de los vencidos, una al comando de Araoz de La Madrid, pasando por lo que es hoy Villa Carlos Paz se dirigió hasta la hacienda de San Antonio, donde se encontraban la esposa, hija y don Claudio Antonio de Arredondo, yerno del Gral. Bustos. Otra partida llegó al puesto Cuesta Blanca, dependiente de la estancia.

Allí se encontró un depósito con algunos baúles, cajones y petacas, en que había ropa en uso como un uniforme azul, trajes de mujer, camisas y corbatas de Cambray de hilo, ropa íntima manufacturada con lienzo de Gran Bretaña, papeles plata labrada y 200 monedas de oro propiedad de la familia Bustos. Éste último, días antes de la batalla, encomendó en custodia 200 onzas de plata y seiscientos pesos de la misma moneda a un inglés llamado Guillermo N. (se desconocen más datos).

Luego de la derrota, el victorioso Gral. Paz hace ubicar al inglés y le obliga a resarcir a la esposa de Bustos con distintas especies de ganado, a la vez indemniza a la familia con 4571 pesos y siete reales por los daños sufridos en propiedades y haciendas. A otro de los habitantes del valle que se le reconocen daños es a Claudio Antonio de Arredondo. El Gral. Paz le había llevado todo su ganado y se le otorgan 5045 pesos.

Dos días después de la batalla de San Roque, y en horas de la mañana, la esposa del derrotado Bustos, doña Juana Maure, se presenta en el campamento de Paz, quien la atendió aceleradamente. Reclamó la señora consideración para con ella y los suyos y protestó por haber sido tomadas sus pertenecías por la soldadesca. Llamado el Gral. Pringles en su presencia informó a Paz de lo acontecido. Se le fue devuelto todo a la esposa de Bustos, incluso la banda de Brigadier del ex gobernador.

El general vencedor recuerda en sus memorias este hecho: “En manera alguna podía la esposa de Bustos, en un día de batalla, esperar una disciplina tan integra para que no ocurriera lo que hubo. Fue imprudencia de la damnificada enviar a un bosque parte del equipaje, cuando hubiera estado seguro en su casa de San Antonio, que había sido respetada con escrupulosidad, dígaseme si la vocinglería de esa señora no era injusta y ajena a la gratitud”. Lamadrid justifica también en alguna medida la acción de los soldados, voluntarios la mayoría, a quienes se había tenido tiempo apenas de instruir en materia de guerra.

El juez José Manuel Núñez informa al Gral. Paz que el valle de Punilla -donde están ubicados los campos de San Roque- está copado por partidas del ex gobernador Bustos.

Paz, ya a cargo del gobierno de Córdoba, dicta una amnistía general.

En esa época  sucede la desgraciada historia de Benito Ramallo, nacido en el valle de San Roque, conocido con el seudónimo “El sapito”. Siempre se destacó por combatir del lado de los federales. No sabía leer ni escribir y, según su decir, “peleaba por sus ideales y los de sus jefes”. Ramallo combatió bajo las órdenes de Bustos y lo siguió acompañando durante toda la campaña militar. Luchó en la batalla de San Roque su tierra natal. También estuvo en La Tablada. De hecho, luego de ese combate, Bustos buscó alivio para sus graves heridas en Santa Fe. Lo acompañaban el Sapito y Saturnino Manuel Arredondo, otro hombre de nuestro valle (San Antonio de Arredondo).

El Sapito había sufrido serias heridas que lo dejan casi inválido. Al enterarse de la amnistía dictada por Paz, se entrega a las tropas unitarias que, sin embargo, lo creen un “chasqui” entre Bustos y Facundo Quiroga. Pese a sus descargos el mismo Gral. Paz firma su sentencia de muerte y es fusilado en la plazoleta arriba del colegio de Loreto por “vándalo y montonero irreductible”.

Pese a la derrota sufrida, sigue la oposición de los caudillos federales. El 9 de enero de 1830, 150 serranos comandados por Diego de Cáceres, se enfrentan a las tropas unitarias de Paz dirigida por José Manuel Núñez y José María Flores. El combate se libra en la Estancia del Rosario, ubicada entre lo que es hoy Santa María y lo que era el valle de San Roque cubierto luego por las aguas del embalse del mismo nombre. Los federales son dispersados perdiendo 7 hombres, entre los que se encuentra el comandante de milicias Diego de Cáceres.

Las propiedades de los serranos son saqueadas y los animales repartidos a modo de gratificación entre los soldados y jefes del Gral. Paz.

El Valle de Punilla sufre constantes ataques de las montoneras, quienes avanzan obligando a utilizar la divisa rojo punzó de los federales. En una de esas avanzadas, atacan en el valle de San Roque la casa del oficial de milicias Don Justo Ortiz, muere el padre de éste y el hijo de otro miliciano José Contreras, de paso agregan a las filas montoneras varios soldados de la partida de Justo Ortiz.

Tratando de formar nuevos regimientos militares para las luchas internas del país, el 9 de septiembre 1831 se lleva a cabo un censo entre las poblaciones de las sierras.

El valle de Punilla es el más perjudicado, en especial la zona de San Roque. Pocos serranos pudieron volver luego de las batallas de San Roque, La Tablada y Oncativo. La mayoría perecieron, fueron fusilados, incorporados a las tropas triunfantes o emigrados a provincias vecinas llevados por los jefes vencedores.

La independencia nos ha costado. Y mucho: vidas humanas y recursos materiales. Nuestro territorio y nuestro pueblo serrano fueron parte de esa gesta emancipadora.

Por eso, más que nunca tenemos que estar atentos a cualquier intento de retroceder en el legado de libertad, igualdad y justicia que supimos conseguir.

 

Nota correspondiente a la edición n° 424 del semanario La Jornada, del 10 de julio de 2016.

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