La peña ya lleva algunas horas desde que la primera banda rompió con el sonido monocorde del bullicio de lxs presentes. Ahora la nochecita tiene melodía y ritmo. Si de ritmo se trata, el que no lleva pausa hace rato es el buffet, que a precio ameno despacha choripanes, locro, empanadas y vino. De repente un chasquido de guitarra y un legüero son un llamado a la ronda, donde siempre hay lugar para todxs.

Como suele suceder, están también quienes no abandonan la mesa, el vaso y la bandejita. Pero hay algo en esa chacarera que les vibra, un fuego que en cada vuelta entera parece alimentarse arremolinado. Un movimiento en el pie y ganas de llevar con las palmas en la mesa el golpe del bombo.

Sea quizás la chacarera el ‘gancho’ para poder vincularse con las danzas folclóricas. Tiene, además, muchxs adeptos entre lxs más jóvenes, por ese toque un poco rockero que interpela desde el escenario.

Este género mestizx se baila en todo el país. Pero sin dudas Santiago del Estero lo ha adoptado como parte de su identidad. Allí lxs africanxs que llegaron por el camino real en la época de conquista se toparon con árboles y cueros para fabricar sus tambores, con los que sellarían esa polirritmia tan característica. Para lxs afrxs, la música forma parte de lo cotidiano, y esto también es algo que ha dejado huella hasta nuestros días. No es casual que desde Santiago hayan surgido tantos grupos musicales de hermanos (Carabajal, Abalos, Simon, etc).

A las cuestiones coreográficas para bailarla (chasquido de dedos simulando castañetas, vueltas circulares, giros, zapateo y zarandeo), lxs músicxs suman algunas variantes para no aburrir a lxs bailarines.

Así tenemos la chacarera simple, con 8 o 6 compases de introducción que nos advierte de cuánto será esa vuelta entera. No hace falta siquiera contarlos, si nos dejamos atravesar por la melodía el cuero mismo nos dirá dónde termina. Para lxs que se quedaron con ganas de decir más cosas, la doble tiene estrofas de 12 compases, y hasta en muchos casos lo advierte:

‘Churita mi buena moza

Balanceando la pollera

Bailando es la más donosa

Morenita santiagueña.

Con la chacarera doble

Se curan todas las penas’.

Por último, tenemos la figurita difícil para el zapateo: la trunca. No termina en el tiempo ‘1’ y nos puede dejar con la patita en el aire si no estamos atentxs. ¿Un consejo para el repiqueteo final? Marcar los tres golpes finales.

Para lxs que quieren dejar la silla y abrazar la ronda, les confesamos que no es cuestión de coraje. Tampoco de conocimientos sobre pasos de baile ni coreografías. La chacarera en ronda nos da la posibilidad de subirnos a esa ola. Si nos dejemos llevar por los instrumentos de manera orgánica podremos entonces confirmar que ese ‘gancho’ ha cumplido su cometido.

Nota correspondiente a la edición n° 548 del periódico La Jornada, del 25 de diciembre de 2019.

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