Mestizxs – Para bailar la zamba

Quizás una de las frases que más resuena en el mundo del folclore sea aquella que afirma que ‘es difícil bailar la zamba’. ¿Cuánto hay de cierto? ¿Por qué hay tantxs que no se animan a bailarla? Quizás sea menester ahondar un poco en su historia para darnos cuenta que fue acunada por sectores populares, gente común, y no por una academia de danza.

Hay en nuestra América una danza madre, medular, raíz con un recorrido muy interesante donde se fue nutriendo de las diferentes regiones que ha atravesado: La Zamacueca peruana. Tiene como antecesora al Fandango de España, que al llegar a la patria grande se resignifica con lo afro y lo originario. Al pañuelo europeo, la Lima afroperuana le tatúa por siempre la influencia de danzas rituales africanas (presentes en la cadencia de su cadera y pelvis) y movimientos que interpretan la naturaleza, como el apareamiento de aves en sus ‘arrestos’ (¿o nunca escucharon la frase ‘arrastrar el ala’?).

Sabido es que en la dura historia de nuestra tierra, muchxs han sido lxs hombres y mujeres que se trasladaron, y no menos los que fueron obligadxs a hacerlo. Más allá de todos los despojos y desarraigos, hay algo que nunca dejaron de llevar muy dentro suyo: su producción cultural. Ese acervo que llega a diferentes paisajes y al encarnarse en lxs seres que allí habitan, transmutó con todo lo que en ese lugar se vivía. Así, en su andar, la Zamacueca viaja por Chile, cruza los andes como una lanza y llega a Cuyo para ser Cueca Cuyana. Paradójicamente, con un conflicto bélico retorna a Perú como Marinera. Desde Bolivia, sigue bajando con pasito andino y en lo que hoy es norte argentino, se tiñe de Cueca Norteña.

‘Pero la Marinera, andariega incansable, cruzando las montañas, dejó lejos el mar. Y amaneció en los bombos, para llamarse zamba, bajo los cielos claros del bello Tucumán’.

Zamba era justamente el nombre que recibían las mestizas en el alto Perú. ¿El motivo de la danza? Conquistar dicha zamba.

Fue, entonces, desde sus inicios un juego amoroso, donde lxs bailarines sostienen el pañuelo y la mirada. Sin mediar palabras juegan al arte de la seducción. Un equilibrio de energías entre dos opuestos que se da de manera espontánea en el careo. Donde ninguno tiene la ‘responsabilidad’ de asumir un rol destacado. Donde, con el repiqueteo final del bombo, la pareja se reúne y se homenajea el encuentro. Unx no elige cómo bailar la zamba ese día, simplemente sucede.

‘Entre los sembradíos y los ranchos humildes, en las vertientes claras que corren sin cesar, en la dulzura agreste de los cañaverales, el alma de la zamba se yergue tutelar’.

La zamba es sencilla y caminada, no tiene zapateos, zarandeos, ni figuras difíciles. El pañuelo no es más que un elemento expresivo, una extensión del torso: con él nos podemos esconder, abrazar y entregarlo todo en ese tiempo/espacio.

Quizás su mayor dificultad radique en su carácter y compromiso. En su entrega. En poner el cuerpo y exponerlo, más que en el paso o su coreografía. En el compromiso de sus pausas, donde todo queda suspendido. En asumir que al bailarla vamos a encontrarnos con nuestros genes mestizxs, con parte de nuestra historia, desde donde venimos. Si estás dispuestx a verlo, te invitamos a danzarla. Todxs tenemos las herramientas para hacerlo.

•   Fragmentos citados de ¨Historial de la Zamba¨ de Arsenio Aguirre.

Nota correspondiente a la edición n° 547 del periódico La Jornada, del 27 de noviembre de 2019.

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