Es notorio como, en los tiempos que corren, hay una tendencia generalizada a dejar aflorar las emociones. Así se percibe esa búsqueda que muchxs hoy tienen y en donde, en enhorabuena, se abandonan pesadas mochilas que nos reprimen y hacen más pesado éste andar. De esta manera, son cada vez más lxs que se acercan a alguna terapia, actividad artística o corporal en donde encontrarse también implica entender la otredad y que en sociedad vivimos.

Para lxs que nos gusta bailar, la danza nos da la posibilidad de emprender ese viaje. Donde muchas veces desde la corporalidad se nos manifiestan sentires y pensares que nos obligan a bucear en nuestra historia (familiar, cultural, regional).

Asimismo, poner en tensión conceptos, sobre todo aquellos que deberían haber sido construidos colectivamente y que, en definitiva, fueron impuestos por una pequeña clase dominante. ¿Qué entendemos por tradición? ¿Por nacionalismo? ¿Con qué nos sentimos realmente identificadxs?

No hay que hacer mucho más que el pequeño ejercicio de poner en pausa por un instante la película de nuestra vida, para encontrarnos en la infancia vestidxs de gauchos en algún acto de la escuela. Vestidxs de ese mismo gaucho que los sectores de poder han catalogado en algún contexto como vago, pendenciero y enemigo de la ley. Pero que cuando vieron que la multiplicad de influencias que pisaban esta tierra representaban un peligro para sus intereses, no dudaron en subirlo al pedestal del monopolio estereotipado de identidad nacional y argentinidad.

Esa identidad nacional que se nos impone de pecho hasta para decirnos con qué debemos conectar. ¿Cuánto nos identificamos realmente con el Pericón, la llamada danza nacional? Esa danza que estuvo de moda sólo unos años, y que deriva de la contradanza inglesa ¿Cuánto se baila espontáneamente en peñas y patios de nuestro territorio? ¿No hay otras danzas que nos representen más? ¿Es necesario contar con una danza nacional?

Sea quizás momento de cuestionarnos si los elementos tradicionales son estáticos e incuestionables, o si en verdad debiesen ser dinámicos como los mismos eventos sociales y culturales demandan. Quizás nos ha llegado el momento de ampliar la mirada, para no quedarnos sólo con el revoleo del pañuelo europeo en la zamba, sino también con el latir de su bombo afro y lo circular de los pueblos que ya habitaban nuestra América.

Somos muchxs, y cada vez más, lxs que tenemos esta revolución emocional que nos hierve desde las tripas, y quiere desde el movimiento volar como una lanza a encontrarnos con todos nuestrxs orígenes, influencias y ancestrxs. Sea tal vez la mejor manera de asumir descolonizar nuestro cuerpo, entendernos como mestizxs.

Nota correspondiente a la edición n° 546 del periódico La Jornada, del 30 de octubre de 2019.

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