Diego Neo: “Los que llegamos a la cárcel estábamos convencidos de que la Universidad no era un mundo para nosotros”

Por Evelina Ramírez

Diego Neo (4)Diego Neo tiene 39 años y el pasado 11 de abril se recibió como profesor de Filosofía.

Pero su historia tiene una particularidad. Diego es el primer estudiante del Programa Universitario en la Cárcel desarrollado por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Comenzó el profesorado y la licenciatura en Filosofía en el penal de San Martín y allí formó parte de diversas actividades: fue ayudante alumno de cátedra y acompañó a varios compañeros privados de la libertad. Fue integrante de equipos de extensión y colaborador del primer curso de apoyo para quienes deseaban ingresar a la UNC como mayores de 25 años con secundario incompleto y estaban en ese penal, y participó en la conformación del primer grupo de estudiantes universitarios organizados en la cárcel.

Desde el año 1999 se encuentra privado de la libertad. Actualmente cumple condena bajo el régimen de semilibertad, en la cárcel de Monte Cristo. En una entrevista mantenida con La Jornada, Diego reflexionó sobre su vida, sobre la función social de las cárceles, sobre la justicia y la inserción social de una persona que ha cumplido condena.

“El deseo de estudiar –cuenta Diego- nace de una ecuación de dos factores fuertes. Yo acababa de ser condenado y en mi representación social sobre cómo funcionaba la cárcel, que era algo extremadamente nuevo para mí, estaba convencido que no me iba a ir más de ahí. Tuve la ventaja de encontrarme con una persona adentro que me dijo que lo mejor que podía hacer era aprovechar el tiempo para no estar muerto en la cárcel y comenzara a estudiar. Así fue como arranqué a terminar el secundario, sin ninguna proyección a empezar una carrera universitaria”.

 

– ¿Por qué se da esta circunstancia de poder terminar el secundario y una carrera universitaria privado de la liberad y no lo pudiste hacer estando afuera?

– Eso es un poco más complejo. Tiene que ver con el Diego que era en ese entonces. Dejé el secundario en segundo año. Estudiaba en el Carande Carro. Empiezo a trabajar de mozo y en una empresa de turismo. Eso implicaba que a los 16 años uno creyera que se lleva la vida por delante, que te las sabés todas, que nadie te tiene que venir a dar explicaciones ni a decir cómo se tiene que vivir. Eso, sumado a las compañías y uso de drogas, la ecuación me llevaba directo a terminar en la cárcel. Y así fue.

 

– ¿Por qué la elección de la filosofía?

– Viene de búsquedas que he ido teniendo a lo largo de mi vida. Preguntas o dudas que me quedaron muy en el aire. Lo concreto es que terminando el secundario, Andrea Bocco, una de las profesoras que tenía de literatura, era además docente de la Universidad. Charlando varias veces con ella, me dijo que tenía el perfil para hacer una carrera universitaria y dentro de las inquietudes que más o menos hemos charlado, estaba entre Letras y Filosofía. Estaba con el dilema sobre qué empezar primero, y me decidí por Filosofía.

 

– ¿Hoy cómo te sentís con toda esa trayectoria de vida?

Diego Neo (3)– Al principio fue difícil. Porque nosotros éramos lo primeros que empezábamos con la experiencia de ser estudiante universitario en la cárcel. En ese primer momento significaba confrontar muchas sensibilidades. Nosotros pertenecemos a una clase social que en ese entonces no podía acceder a la universidad. Finales del 99 y principios del 2000, la Universidad era elitista y solo estudiaban las personas que tenían dinero o que eran hijos de profesionales y universitarios.

Uno tiene que darle todo el mérito a la Facultad de Filosofía por pensar en programas de inclusión social y reconocimiento de derechos humanos que otras instituciones no lo hacen. Esto después, en el 2003, será llevado de la mano por las políticas que emprendió el Estado Nacional.

Pero también había una confrontación con los pares. Porque el primer discurso era “¿acá venís a estudiar?, hubieras estudiado afuera y hoy no estarías preso”; “acá te hacés el universitario”. Y el discurso institucional que te dice “¿qué vas a estudiar? Vos sos un negro de mierda, un chorito. Eso es lo que te tocó en la vida y es lo que vas a ser siempre”.

Era muy desafiante asumir el compromiso de deconstruir estas representaciones e irlas modificando. Hoy lo pongo en esos términos. Quizás en aquel momento lo viví de otro modo. Eso ocurrió al comienzo.

En un segundo momento, ya había un reconocimiento del otro que te decía “no está mal lo que estás haciendo e incluso veo que te va bien con lo que estás haciendo”. Eso le permitía al otro ganar confianza y a la vez respeto por el programa.

Y hay un tercer factor que siempre me parece importante y es la pregunta que nos hacemos los que estamos adentro de ¿por qué la gente que está afuera quiere venir a ayudarnos? Uno desconfía mucho. ¿Por qué vienen?, ¿a qué vienen?, ¿qué morbo lo trae acá?

En un primer momento, uno puede sentirse como parte de un experimento social.

 

– Sabemos que participaste de ayudantías, colaborando con el PUC. ¿Cómo es la relación con tus pares, los motivabas a que estudien, a que hicieran su propio camino?

– En ese sentido, la relación siempre fue muy fértil. Tengo presente el tipo de oferta que hace nuestra facultad, que son siempre más teóricas y que no siempre son seductivas. Sobre todo si tenemos en cuenta que más del 60% de la población que llega a la cárcel no tiene el secundario terminado, más del 45% no tiene ni siquiera el primario terminado. Somos todos hombres adultos que hace más de 10, 12 o 15 años que no tocamos un libro, por ende no tenemos training de estudio, de lectura, de escritura. Por otro lado, te vienen con un montón de apuntes y te dicen “estudiá esto, el mes que viene nos vemos”… no seduce.

Por eso, por ejemplo, la Escuela de Oficios que ahora tiene la UNC es un éxito porque ofrece cosas más prácticas. Se hacen en seis meses o en un año lo cual, no digo que lo garantice, pero por lo menos facilita una mejor inclusión en el mercado laboral.

Lo que yo siempre les digo a mis compañeros es que, por más que no terminen, que se permitan la experiencia. Porque más allá de lo que uno aprende en términos de conocimiento, la experiencia es rica en términos de valores compartidos. Y es ahí donde uno crece, madura su espíritu y puede darse la oportunidad de vivir la vida de otro modo.

Los que llegamos a la cárcel estábamos convencidos de que la Universidad no era un mundo para nosotros. La Universidad vino, abrió sus puertas y nos incluyó. ¿Y ahora?, ¿con qué excusa vas a decir que no? Además, hay que hacerlo por el solo hecho de que te transforma. Permite que otro te reconozca como un sujeto de derecho. Genera las condiciones de posibilidades para que vos puedas ejercer ese derecho. Porque de nada sirve que yo reconozca derechos si no genero condiciones de posibilidades para que ese derecho pueda ser ejercido. Eso implica que me estás reconociendo como un otro, y como un sujeto de derecho. Y eso es algo que los que estamos en la cárcel, pocas veces lo podemos sentir. Y eso dignifica. Te para en otro lugar.

Y si yo pude, puede cualquiera.

 

– ¿Pensás que las cárceles logran el objetivo de la reinserción social?

– La cárcel es un tema muy complejo. De las críticas que hace Michel Foucault a esta parte, nunca volvimos a pensar qué otro tipo de institución podemos pensar sin que signifique poner a una persona en una jaula de encierro.

Y es compleja también porque es una institución que no hace falta que nadie la deslegitime. Esta deslegitimada, porque nadie espera nada de la cárcel. El reclamo social de una persona cuando pide que alguien vaya a la cárcel no está pensado desde el lugar que se logre re-insertar, re-adaptar o re-educar. Nada de eso pedimos cuando pedimos que alguien vaya la cárcel.

Cuando pedimos que alguien vaya a la cárcel, pedimos que me lo saquen de encima porque me hizo un daño, porque no lo quiero ver más. Lo cual es legítimo, en un primer momento.

Y si uno contrapone el marco teórico que justifica la institución cárcel con lo que sucede en la práctica, la distancia es mucho mayor.

La cárcel tiene, de fondo, todo un sistema económico. Si yo convenzo a la gente de que hay inseguridad, la gente compra alarmas, contrata personal de seguridad, le permite al Estado poner más policía, arbitraria y autoritariamente, porque el discurso social legitima ese accionar.

El Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad ha dado cuenta de las condiciones paupérrimas en las que se vive en la cárcel. A la vez, la cárcel es, de las instituciones del Estado, la última en jerarquía. No invierte, gasta en la cárcel. Y como tipo que gasta, lo hace lo menos posible.

Hablar de la cárcel es poner en el colador todos esos condimentos juntos. Y lo que queda, es muy poco. Si no, ¿cómo se explican los elevados índices de reincidencia, los elevados índices de analfabetismo que sigue habiendo en la cárcel? Hay experiencia, no solo la de la Universidad, que llevan adelante lo que el Estado no hace. Por ejemplo, la Pastoral Penitenciaria, Cáritas, Manos Abiertas, la escuela Alegría Ahora. Son organizaciones que apuestan por la transformación. Se terminan haciendo cargo de obligaciones que el Estado no cumple, porque nadie se lo reclama. Y nadie se lo reclamó porque a nadie le importa.

Como sociedad, nos debemos una discusión profunda sobre para qué queremos cárceles.

Y la pregunta me incomoda, no porque no tenga respuesta sino porque me toca muy de cerca. ¿Cuánto vale que una persona reclame que se respeten los derechos humanos cuando uno ha sido violador de esos derechos humanos a punta de pistola? Cuando uno se pone en ese lugar, es un lugar ético muy difícil.

Cualquiera me puede decir, “vos ahora venís a decir eso todo muy bonito; pero hace casi 20 años, quitaste una vida”. ¿Cómo hacés para demostrarle al otro que eso que pasó, hoy es diferente? Si me voy a quedar con una visión esencialista de la realidad, ni siquiera podemos hablar. Porque lo primero que saldrá en la conversación es “vos hiciste tal cosa ¿y ahora venís a reclamar?”.

Y sí. Reclamo porque ahora me doy cuenta que lo que hice no está bien.

Uno ha hecho todo un proceso. Uno puede verificarse a sí mismo. Se ha falseado, como diría Popper. Y en esa forma de falsearse, uno va aceptando. A veces en la vida no es tan importante lo que uno quiere, sino lo que uno no quiere. Yo, en mi vida, fui estableciendo cosas que ya no quería.

Y me parece que la comunidad también tiene que trabajar mucho en la manera en que volvamos a ser hospitalarios con las personas que vuelven. Las experiencias de castigo demuestran que uno no aprende nada cuando se lo castiga. En la cárcel se castiga… y en la escuela también. Foucault dice que la cárcel es la escuela llevada a su dimensión más grande.

A mí me parece que la lectura no tiene que ser tan llana. Lo que la cárcel pueda o no hacer no depende tanto de la cárcel, sino de lo que nosotros esperemos de ella. Por eso, me parece que lo mejor que la pasa a la cárcel con este tipo de experiencias es que se humaniza. Se recupera la condición humana de las personas.

 

-¿Crees en la Justicia? ¿qué pensás de ella?

– Creo en la justicia… a pesar de.

Creo que hay que darle mayor celeridad. Lo que podemos exigirle a la justicia, además de que sea justa, es -como dice Ulpiano, que cada uno tenga lo que es suyo- que sea más vigilante con este tipo de instituciones. Que asuma sus obligaciones y que si las cosas están mal en la cárcel, es porque también hay un aparato jurídico que no está controlando la manera de vida. O que, controlando, deja pasar un montón de cosas.

Hay una exigencia no solo legal sino moral sobre los jueces. Porque la condena no se acaba cuando me mandan a la cárcel y listo. El juez tiene obligaciones con la persona que ha condenado hasta el momento que esa persona termina su condena. En la práctica, eso no funciona. Lo que sucede es que los jueces te condenan, te mandan a la cárcel y listo.

Creo que corrigiendo esos errores podemos pensar en tener instituciones más transparentes. Más correctivas y menos castigadoras. A mí no me gusta hablar de los ‘re’. Yo digo que se posibilite la inserción social, la vinculación social con las personas.

Pero también que sea honesta con las implicaciones sociales que esto tiene. Las personas que llegan a la cárcel no son las de la clase media y alta. Como si eso significara que esas personas no delinquen.

 

– ¿Qué te planteas como desafíos?

– Y un poco todo esto que estoy diciendo. Yo siento que no soy ejemplo de nada. Sí acepto que uno puede compartir con otro esta experiencia que me ha llevado a un mejor puerto, con la idea de que ese otro puede llegar a ese o a mejor puerto aun.

Hoy, mi principal aspiración en la vida es ser feliz y llevar una vida normal, como cualquier hijo de vecino. Sé que no será fácil y que será más difícil que estudiar Filosofía (risas). Pero tengo la idea de trabajar por los otros, cuando uno se incorpora a la vida universitaria, sabe que se debe a los otros. No porque uno esté obligado, sino porque se asumen cierta aspectos de responsabilidad social. Y sobre todo, responsabilidades comunitarias.

Quiero seguir apostando por el PUC, porque a mí me ha devuelto la vida. Me dignificó como persona. No puedo menos que eso.

 

– ¿Te gustaría dar clases, como profesor?

– Sí. El año pasado hice mi experiencia docente en el colegio Carbó. Y sí, la docencia es algo que me llena la vida. Sé que también es difícil. Estoy pensando en un padre cualquier que puede poner el grito en el cielo porque se entere que su hijo tiene como profesor a una persona que estuvo en la cárcel. Hay muchas formas de mirar esa ecuación y no va a depender tanto de mis aspiraciones sino de la gente con la cual pueda ir materializando esos desafíos.

 

– ¿Algo más que quieras agregar?

– No. Simplemente interpelar a los lectores a que por un momento pongan entre paréntesis sus prejuicios sociales y se permitan pensar en serio qué queremos cuando pedimos cárcel. La cárcel es una institución social, por tanto es de todos. No es solo del Estado. El Estado es solo quien arbitra los medios para que esas instituciones funcionen. Así cuando pegamos el grito en el cielo cuando una escuela no funciona, también tenemos que protestar cuando una cárcel no funciona. Creo que eso nos permitirá construir una sociedad más justa y digna.

 

“Todo esto me permitió poder volver a mirar a mi mamá a los ojos sin sentir vergüenza”

Diego Neo (1)Previo al comienzo de la entrevista, su madre le acerca a Diego la plaqueta que el ministro de Justicia de Derechos Humanos de Córdoba, Luis Angulo, le entregó en reconocimiento al esfuerzo. Lo muestra orgulllosa y lo abraza.

“Todo esto me permitió poder volver a mirar a mi mamá a los ojos sin sentir vergüenza”, admite Diego. Y agrega: “Yo sé que mi vieja me ama incondicionalmente. Y no me va a amar ni más ni menos porque tenga un título. Pero es una forma de decirle gracias por el aguante, gracias por todo lo que te bancaste”.

 

Magdalena Brocca, coordinadora del Programa Universitario en la Cárcel.

“Esto pone un mojón para seguir trabajando”

El Programa Universitario en la Cárcel (PUC) está vigente desde el año 1999, con distintos vaivenes. Está construido desde una perspectiva psicosocial, política y cultural de los derechos humanos, que imprimen el carácter genuino a la Extensión Universitaria al reconocer la existencia de la dignidad humana en la diferencia y la alteridad mediante la tensión generativa de conocimiento entre saberes científicos y experiencias cotidianas en contextos singulares de riesgo, inseguridad, dolor.

El propósito del Programa es promover un espacio abierto y articulador entre la universidad, las instituciones de la sociedad y la cárcel para analizar y buscar alternativas de acción a problemáticas emergentes de la vida carcelaria desde la perspectiva de los Derechos Humanos.

“Estamos felices. Esta es la coronación de un trabajo de muchísimos años de la Universidad. Esto pone un mojón para seguir trabajando con muchas ganas en esta línea de trabajo”, expresó a VillaNos Radio Magdalena Brocca, coordinadora del programa.

“Diego es el primer universitario de su familia y tuvo esta oportunidad desde que la universidad entiende a la educación como un derecho de las personas. Las cárceles están pobladas de personas que han visto a lo largo de su vida, una seguidilla de violaciones a sus derechos fundamentales. En este sentido, si pensamos que el sistema penal tiene como objetivo la reinserción de las personas en la comunidad, este programa intenta garantizar estos derechos que son de todos”, destacó Brocca.

 

Nota correspondiente a la edición n° 416 del semanario La Jornada, del 15 de mayo de 2015.

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