Columna de géneros “De pie y en lucha”: El cambio y la feminización de la pobreza

Columna de géneros “De pie y en lucha”

Por Sofía Urbina Paliza

La feminización de la pobreza se asoma como nuevo paradigma para evidenciar de forma global el creciente empobrecimiento material de las mujeres, el empeoramiento de sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos fundamentales.

Cuando la impresión generalizada es la de que las vidas de las mujeres están mejorando en todo el mundo, las cifras desmienten este tópico. Es un hecho verificable, por ejemplo, que el reparto de los ingresos en las familias no sigue pautas de igualdad, sino que sus miembros acceden a un orden jerárquico de reparto regido por criterios de género.

También es un hecho comprobable que uno de los efectos más rotundos de los programas de ajuste estructural inherentes a las políticas neoliberales es el crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el hogar o mal remunerado en otros hogares.

Semanas atrás, el gobierno de Cambiemos lanzó un curso de “Servicio de Limpieza Superior” para mujeres desocupadas. Este programa, salido de la cartera de Jorge Triaca, será impartido en la Unidad Penitenciaria Nº 45 de La Plata y está destinado a mujeres pobres. El mismo certifica que las trabajadoras domésticas realizan sus tareas según los estándares planteados por los funcionarios del Ministerio de Trabajo. 

Esto que el gobierno llama inclusión laboral, no es más que uno de los parches para paliar la crítica situación que atravesamos las mujeres, y desde una visión sumamente clasista. Repasemos algunos datos: el 70% de las personas que viven en la pobreza son mujeres y representan el mayor número de trabajos precarizados, se trata de tareas no remuneradas e invisibilizadas. Además, nuestra fuerza de trabajo en las tareas de cuidado y reproducción de la vida humana significa para nosotras una jornada laboral diaria extra de entre 4 y 7 horas. Sumémosle a esto que las mujeres que pueden acceder a trabajos formales cobran un 27% menos que los hombres por el mismo trabajo, según datos del grupo “Economía Feminista”.

Este panorama empeora cuando repasamos las medidas que viene tomando el Gobierno Nacional; como el recorte de fondos para el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, el cierre de programas de salud sexual y reproductiva, la falta de presupuesto para las víctimas de violencia machista y la promoción de una imagen estereotipada y cosificada de la mujer. Tenemos como ejemplo la experiencia “Itgirl” (chica cosa) del nuevo Tecnópolis que fomenta la reproducción de estereotipos de belleza para moldear a las jóvenes con imágenes que les convengan a las grandes empresas de cosméticos, ropa, etc. Y no olvidemos el programa “Belleza para un futuro” que en noviembre del 2016 Carolina Stanley, la actual ministra de Desarrollo Social de la Nación, lanzó junto con la multinacional L’Oréal y que está destinado a las mujeres de los sectores marginados a las que sólo se les puede ofrecer un “trabajo manual, sencillo y fácil de aprender”. Propuestas que no hacen más que reforzar patrones consumistas y sexistas.

Así es como el Estado ha demostrado ser una fuerza enemiga de las mujeres. Entre la “chica cosa” y la “buena empleada”, todas sus medidas no han hecho más que impulsar un retroceso en cuanto a los derechos y las oportunidades que venimos peleando desde el colectivo de mujeres desde hace muchos años. 

Con este último programa de “Servicio de Limpieza” el Estado fomenta el rol subordinado de la mujer, con una clara visión machista que enfoca su publicidad a un grupo de mujeres humildes, sumisas y disciplinadas que acuden a la Unidad Penitenciaria a fin de aprender gratuitamente como doblar toallas, planchar camisas, coser botones e incluso instruirse acerca de cuál es la postura corporal correcta a la hora de cocinar.

Es así como la feminización de la pobreza se asoma como nuevo paradigma para evidenciar de forma global el creciente empobrecimiento material de las mujeres, el empeoramiento de sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos fundamentales (está igual que en el primer párrafo, lo reformularía con otras palabras, excepto que la repetición sea intencional como para darle énfasis a la idea), de la mano de Estados heteropatriarcales que consolidan la subordinación de las mujeres.

Sin embargo, el panorama no es del todo negro. Están las mujeres que forman parte de las organizaciones sociales y de la economía popular, que vienen haciendo una labor sostenida de visibilizar sus trabajos, el nivel de productividad que representan y la urgencia de que su fuerza productiva sea reconocida y remunerada. Esto ha hecho que se reconozca el trabajo de cuidado de niños y niñas, ancianos y ancianas, discapacitados y discapacitadas. Si bien aún hay una serie de trabajos que vienen realizando desde hace años y por el cual no perciben ingresos, como las actividades en comedores y merenderos, sigue siendo parte de la lucha percibir salarios por dichas tareas, lo cual permitiría seguir sosteniéndolas y a la vez aportar a la economía familiar y a la dignificación de su trabajo.

Ante el momento político y económico que estamos atravesando, el movimiento de mujeres seguirá luchando por el reconocimiento de su fuerza productiva.

 

Nota correspondiente a la edición n° 473 del semanario La Jornada, del 09 de julio de 2017.

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