Por Prof. Jorge Etchevarne

En las primeras décadas del siglo XX los días de carnestolendas eran la ocasión propicia para liberar los espíritus inquietos, encorsetados por  las normas sociales de la época. Los festejos duraban varios días y en ellos se volcaba tiempo, energía e inspiración creativa.

En los ámbitos cerrados, tales como los clubes, salones sociales y cine-teatros, se organizaban bailes de disfraces o de “mascaritas”, a los que concurrían miembros de la clase media y alta de Córdoba. Los juegos con agua estaban prohibidos, siendo reemplazada por el papel picado y serpentina.

En la calle, la celebración asumía características populares. Los corsos y los desfiles de carrozas adornadas con flores eran protagonistas de singulares competencias. En la ciudad capital “la calle ancha” (General Paz – Vélez Sarsfield) era el escenario elegido para desplegar todo el ingenio y la fantasía que ameritaba la ocasión.

Se podría afirmar, sin temor a equivocarnos, que el carnaval era un evento sin igual en el resto del año. Durante esos días de jolgorio las personas se tomaban ciertas licencias y se comportaban de manera desinhibida. El tiempo estaba dedicado a cultivar el hedonismo y entablar nuevas relaciones sociales. Eran tan importantes los días de carnaval que toda actividad ajena se detenía o ralentizaba.

 

Carlos Paz, verano del 18

En los inicios de 1918 nuestra villa apenas era un pueblo de paso para quienes se dirigían por carretera hacia el norte de Punilla, rodeando el lago San Roque. El camino de Las Cumbres, pomposamente “inaugurado” tres años antes, aún no estaba concluido, y por lo tanto el tráfico hacia el sur era restringido.

Los límites imaginarios que podía tener esta primigenia villa turística abarcaban una veintena de casas, no más. La finca “Las Margaritas” de Don Carlos Paz era el centro de la población, y no solo por su posición estratégica en la bifurcación de los caminos, sino además porque en ella se tomaban decisiones y se resolvían cuestiones importantes de la pequeña comunidad.

Durante la mayor parte del año las actividades los pobladores estaban dedicadas a las tareas rurales, pero cuando se aproximaba la época veraniega, todo se transformaba. Hacia fin de año comenzaban a llegar los “turistas”, y con ellos, había mucho trabajo por hacer.

¿Quiénes eran estos veraneantes? Gente de buen vivir. Miembros  destacados de la sociedad cordobesa; comerciantes, profesionales, militares, políticos, casi todos amigos de Carlos Paz, que elegían pasar sus vacaciones en el pueblo alentados por su dueño y por otras personas que ya habían construido sus residencias de veraneo o proyectaban hacerlo.

Algunos se hospedaban en “Las Margaritas”, ya que la casona era cómoda y los anfitriones muy gentiles. Todavía no había hoteles ni pensiones, así que alojarse en la casa del dueño del pueblo por períodos cortos era la opción a la que muchos recurrían.

Otros veraneantes alquilaban alguna de las casas que Carlos Paz había construido para tal fin, todas con las mismas características edilicias pero de distinto tamaño para así adecuarse a la cantidad de ocupantes.

Finalmente, había un grupo de privilegiados que ya tenían sus propias residencias, levantadas en lotes que Don Carlos Paz les había vendido a la vera del camino nacional. Sus casas se diferenciaban notoriamente del resto por su arquitectura neocolonial.

Sea cual fuera el lugar donde eligieran pasar sus vacaciones, todos tenían algo en común: eran propietarios de un automóvil. Al encontrarse Villa Carlos Paz relativamente alejada de la línea ferroviaria, el automóvil era el medio de transporte que les permitía llegar hasta aquí.  El viaje resultaba más rápido y cómodo que en los años anteriores porque el camino de Córdoba a San Roque acababa de ser macadamizado.

La estadía de estos primeros turistas era prolongada. Algunos llegaban a principios de diciembre y se retiraban a mediados de marzo; otros vacacionaban “solo” dos meses.  Todos traían una familia numerosa y durante su estadía eran visitados asiduamente por familiares y amigos de la ciudad, así que la cantidad de personas, carruajes y vehículos circulando por las calles del pueblo durante el verano era bastante numerosa.

Mucha gente buscando entretenimiento en un lugar que tenía poco para ofrecer. ¿Qué es lo que hacían?

Durante el día, los más jóvenes realizaban cabalgatas a lugares de interés y picnics en las orillas del lago o de alguno de los arroyos que cruzaban el pueblo. Por la noche, organizaban bailes que eran muy concurridos y servían de excusa para el flirteo. De estas reuniones surgían nuevas parejas y amores clandestinos.

Por su parte, los mayores gustaban reunirse a beber el té en la casa de alguno de ellos, invitación que se iba alternando durante los días siguientes en la casa de los demás. Por la noche organizaban veladas para cenar y conversar, las que en ocasiones eran amenizadas por alguien con dotes musicales, de canto o declamación.

Casi todos compartían la pasión por un deporte de moda, el “tennis”; así que improvisaban canchas para jugarlo durante toda la temporada.

 

La visita del Rey Momo

Pero sin duda, uno de los eventos más esperados por los veraneantes era el Carnaval. Su proximidad en el calendario creaba gran expectativa en todos ya que se trataba de una ocasión propicia para salir de la rutina.

La organización de los festejos quedaba en manos de un grupo de “notables” que se esmeraban por preparar actividades entretenidas que incluyeran a todos, tanto a los residentes como a los ocasionales turistas.

En el pueblo no había salones, ni clubes, ni siquiera un hotel donde festejar como ocurría en otras poblaciones de Punilla tales como Cosquín, Valle Hermoso,  La Falda, Huerta Grande y Capilla del Monte. Por lo tanto los organizadores debían apelar al ingenio, intentando recrear, aunque fuera en pequeña escala, los festejos que se realizaban en otros lugares más importantes.

Veamos lo que nos hace conocer sobre estos preparativos un corresponsal oficioso del diario “La Voz del Interior”, cuya nota fue publicada el 9 de febrero de 1918:

“Desde San Roque

Las familias veraneantes en este pintoresco rincón de nuestras sierras, se preparan para festejar la llegada de Momo, habiendo confeccionado con tal motivo, un excelente programa de fiestas, que a no dudarlo, ha de revestir brillantes caracteres:

He aquí el programa:

Domingo a las 12 – Almuerzo y thé en casa del señor Carlos N. Paz

Domingo a la noche – Baile de disfraz en casa del señor Félix Paz

Lunes por la tarde – Gran fiesta popular y sportiva.  Fiesta en casa del señor Lorenzo Bravo (h)

Martes – Jugada con agua y gran corso de flores

A la noche, gran baile de gala en lo de Carlos N. Paz

Sábado 16 – Picnic al Hornito

Domingo 17 – Corso y baile en lo de Dianda

Para que el pueblo también pueda divertirse, la comisión organizadora ha confeccionado el siguiente programa de fiestas populares:

  1. Ponerle el ojo al chancho
  2. El juego de las ollas
  3. Carreras de sortijas (tres categorías)
  4. Carreras de burros
  5. Carreras de caballos
  6. Carreras de embolsados
  7. Carreras del huevo en la cuchara
  8. Carreras de cigarrillos
  9. Carrera de enhebrar la aguja
  10. Carreras de tres piernas
  11. Concurso de baile para el pueblo (tango, gato, zamba, cueca, etc.)

La comisión encargada de estos festejos, está compuesta por las siguientes personas, cuyos solos nombres son una garantía del éxito que alcanzarán:

Malvina Romero del Prado, Sofía Rodríguez de la Torre de Molinari, Emilia R. de Bravo, Josefa Peñaloza de Peña, América C. de Vivanco, Margarita S. de Paz, Herminia Ortiz de Madema,  Mercedes Vieyra de Garzón, Manuelita Oliva Igarzábal de Ferrer, Josefa F. de Robin Ferreira, Rosa Irigoyen de Garzón, señoras Basavilbaso de Maidana, Maidana de Lascurain, Carmela Torres Cabrera de Paz, Argentina Moroni de Dianda y otras.

Presidente: Dr. José Romero del Prado, Secretario: ingeniero Rudecindo Paz, Tesorero: Lorenzo Bravo (h), Vocales: ingeniero David de la Vega Luque, ingeniero José Vidal Luque, Dr. Rafael Mestre, Dr. Alfredo R. del Prado, Julio R. del Prado, teniente de fragata Juan Guell, José María Paz, Héctor Bravo, Javier Serrano, Demetrio Brusco, Dr. Ricardo Reyna, ingeniero Juan Dusseau, Dr. Carlos Rius Pizarro.”

Como vemos, resulta sorprendente que en un pueblo tan pequeño se tomaran tan en serio el festejo de estas fiestas paganas, que cobraron una dimensión mayor con el surgimiento de los grandes hoteles en los años siguientes.

La nota también nos revela que las celebraciones estaban diferenciadas según la clase social a la que pertenecían los convocados. La integración era horizontal pero no vertical. El “pueblo” festejaba con el pueblo y la “gente distinguida”, entre ellos.

 

Carnavales de calendario

Lamentablemente, en nuestra ciudad el interés por estas celebraciones ha ido decreciendo con el tiempo. Los corsos y los desfiles de carrozas abandonaron las calles, y las “guerras” con agua que enfrentaban sexos opuestos en los barrios ya no arrojan heridos mojados. 

Los festejos de carnaval quedaron acotados a los ámbitos cerrados o exclusivos, tales como las discotecas y clubes nocturnos. Y aunque su vigencia fue recuperada en el calendario, ya no tienen el brillo ni contagian el entusiasmo de épocas pasadas.

Esporádicamente, alguna comparsa llegada de otras tierras nos recuerda que estamos en carnaval. Pero ahora somos meros espectadores del entusiasmo ajeno. Lástima. Una tradición, como tantas otras, que se ha perdido.

Carnavales eran los de antes!

 

Nota correspondiente a la edición n° 502 del semanario La Jornada, del 19 de febrero de 2017.

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