#UnAñoSinJusticia Sin respuestas para las muertes en la Cruz

Por Valeria Flesia

Tapa_408_la_jornada_13-03-16¿Por dónde empezar esta crónica de la crónica de aquellos días de marzo, hace un año, cuando nos tocó ser testigos de una desaparición y de los nefastos sucesos que la rodearon?

El recuerdo de lo sucedido tiene que ser en primera persona porque cada uno de nosotros, periodistas, amigos, vecinos, tiene guardadas sus impresiones de esas horas, sus percepciones que son distintas en cada uno ante un evento único que se fue abriendo como una flor venenosa mostrando que la realidad podía empeorar a cada minuto de esos tres días de búsqueda.

 

Andrea Castana: por la memoria

Este viernes 11 de marzo de 2016 salí de casa a las 13:30, a pocas cuadras de la Aerosilla, a escasos metros de la calle La Rioja y me quedé mirando a una mujer que caminaba a paso firme hacia el sur en atuendo deportivo. Su porte atlético contra el verde del cerro, su andar erguido que veía de espaldas con calzas azul marino y remera deportiva celeste, una gorrita blanca con una cola de caballo de pelo negro que le asomaba me hizo pensar fuertemente en Andrea y no me pareció extraño que hubiera elegido un mediodía de sol cuando el verano se resistía a retirarse de Carlos Paz para su marcha deportiva. Por un momento fue ella, delgada y poderosa en su caminar, llena de vida en el mediodía caluroso del barrio José Muñoz. Ella eligió este día como aquel día, caluroso también, tórrido en el recuerdo de algunos, pasando el mediodía del 11 de marzo la temperatura había superado los 30 grados y el sol pegaba muy fuerte sobre el camino de la cruz. Sin embargo, así como reverberaba en las piedras del sendero, también volvía más umbrosa la exuberante vegetación que, como en este 2016 había crecido sin freno alentada por las intensas lluvias.

La alarma se encendió definitivamente aquel día cuando las maestras y directivos de la primaria de la Remedios de Escalada se encontraron con que los hijos de Andrea Castana y Juan Manuel Lazzaroni estaban ahí y ninguno de ellos había pasado a buscarlos.

El tiempo comenzó a transcurrir desde esa tarde del 11 de marzo en que Andrea fue declarada oficialmente desaparecida. Junto con su ausencia comenzaron a surgir los rumores que intentaban dar sustento a alguna versión: que se había ido por sus propios medios, que fue secuestrada por una red de trata, que sufrió un accidente y estaba fuera del alcance del auxilio. Su celular ya no registra actividad luego de las 18 hs. pero el último indicio de uso se da alrededor de las 14 hs. cuando envía aquella selfie con los ojos cerrados que también dio lugar a múltiples interpretaciones pero que se explicaba con el epígrafe que la acompañaba: “Sensación de libertad y plenitud. Cierro los ojos y sólo faltas vos”. La foto se la envió a quien iba a ser su compañero de caminata esa siesta del 11 de marzo, un joven con el que tenía una relación amorosa, “Gusa”, y que declinó la travesía. Sin embargo, ella misma decidió hacerlo sola y en ese horario del que disponía, después del almuerzo cuando dejaba a sus pequeños en la primaria de la escuela Remedios Escalada de San Martín, ubicada a metros del ingreso por el complejo Aerosilla al camino de la Cruz.

Andrea no era una asidua del camino de la Cruz. Según testimonios de quienes la conocían había ascendido no más de dos veces. Esto no hizo mella en su ánimo para realizar la ascensión sin aprensiones ni temores. La joven madre llegó a la cima, se sacó aquella selfie con los ojos cerrados donde puede verse su musculosa blanca con corazones negros, el bronceado de su piel, su pelo negro recogido y su sonrisa tan característica, esa que hoy ilumina desde pancartas y remeras que piden a la Justicia la resolución del misterio y el castigo para el o los culpables.

De acuerdo al testigo que la cruzó y luego escuchó un grito, se fijó el lugar donde puede haber sido abordada, golpeada y luego arrastrada. Había comenzado el descenso del cerro luego de las 14:00 hs., alrededor de las 14:30, en una explanada fue ubicada por el testigo: “Después de la estación 8, la 9, donde hay una subida pronunciada y una meseta que está al borde de un barranco, cuando ya el ascenso a la cruz está completo en un 70% del camino, allí nos cruzamos. Yo subía, ella bajaba, nos dijimos ‘hola’ casi sin mirarnos, como deportistas en la misma ruta y ya no la vi más”.

El testigo recuerda el momento porque “no daba más, estaba haciendo un gran esfuerzo para llegar y esa meseta daba un poco de aire para el tramo final”. Unos minutos después que el testigo calcula en el orden de los 8 o 9, escuchó algo que le parecieron unos gritos y esos gritos lo motivaron a llamar a la policía desde el kiosco que está en la cima con el propio kiosquero como testigo.

Sin embargo, la policía no se hizo presente de manera fehaciente aquel 11 de marzo de 2015 hasta las 19 hs. cuando se denunció que la joven madre nunca había descendido y se combinó el llamado del testigo con la desazón del papá de los hijos de Andrea, Juan Manuel Lazzaroni, al que pidieron desde la escuela que venga a retirar a sus hijos porque nadie había pasado. Andrea ya no estaba y, como luego pudo comprobarse, fue en el lapso de tiempo transcurrido luego de las 14:40 en que fue ferozmente atacada y abandonado su cuerpo en las profundidades de la fronda de un viejo camino conocido como el “sendero de los burros” cercano a la estación novena en el camino de la Cruz.

En esas horas, otros caminantes que recorrieron el camino de la cruz y luego se encontraron con la noticia de la desaparición cuyo horario fue fijado como cercano a las 15 hs. indicaron que no vieron ningún movimiento policial sino, por el contrario, una total calma que precedió al aluvión de vecinos, bomberos, policías, periodistas y curiosos que se volcaron a los senderos del cerro para intentar dar con la joven aún con la esperanza de que todo se tratase de un mal paso ya después de las 19 horas y acentuándose durante la noche cuando nadie quiso abandonar la búsqueda porque dejarla era como dejar a Andrea ahí, a su suerte, en la soledad de las piedras y el rocío de la noche.

Esa noche, pasadas las tres de la mañana, mi mamá se asomó a mi cuarto para decirme con voz espantada: “Se escucha como la siguen llamando, se escuchan los gritos, no la encontraron todavía”. Desde la montaña bajaban las voces, “Andreeea, Andreeea”, las voces siguieron sonando muchas horas, y Andrea no apareció para callarlas, por lo que creo que siguen sonando, hace un año.

 

Misterios sin fin

Uno de los misterios que rodea al crimen de Andrea es aquel que pone el acento sobre el orden. Aunque parezca paradójico plantear un espectro de orden en el escenario de caos que supone la muerte por violencia de una persona en la plenitud de su vida y de sus fuerzas, el crimen en sí, la escena montada y su despliegue en el tiempo desde el momento de su grito, último testimonio que se tiene de su persona con vida, hasta el hallazgo de su cuerpo tiene la perfección de una pieza para orquesta a lo que se suman los errores que seguramente se cometieron en la celeridad de la búsqueda y en su profesionalismo.

Andrea Castana fue vista por última vez a las 14:30 hs. descendiendo de la cruz, minutos después se escuchan unos gritos que se le atribuyen y permiten fijar, varias horas después, el lugar de su desaparición. Allí mismo, entre la estación 8 y 9, un testigo descripto como “amigo de la familia” indicó a la prensa que esa noche del miércoles 11 de marzo, en el fragor de la búsqueda y cerca de las 21 hs. había identificado un rastro de sangre: “Me tocó ver rastros de sangre, goteos, no fue nada impresionante pero sí varias gotas que recorren 120 metros más o menos. No se ven ni pertenencias, ni nada que la hayan arrastrado, solamente un pañuelo que no es de ella”, dijo a La Voz del Interior esa mañana del 12 de marzo cuando se reanudó la búsqueda, horas después se confirmaría que la sangre era humana.

El jueves 12 transcurrió sin novedades de peso a pesar de haberse sumado a la búsqueda más de 100 efectivos de bomberos y policías, de efectuar rastrillajes con perros y, según los propios jefes, estar levantando “piedra sobre piedra”. Ya el viernes, la angustia creció así como los reclamos a las autoridades. Los rumores se hacían sentir con fuerza y las miradas fijas en el entorno de Andrea así como en las personas que la habían visto con vida en las últimas horas se volvían más torvas.

No había respuestas ni datos, fue en ese clima enrarecido que quienes realizaban la búsqueda se encontraron con lo que no buscaban, con el que nunca habían buscado: el cuerpo sin vida del fotógrafo Hernán Sánchez.

Otra historia se sumaba al pesar para transformar los murmullos en gritos de dolor, el cerro devolvía inesperadamente la certidumbre sobre el destino infortunado de un joven vecino de la ciudad, muerto y abandonado a su suerte hacía más de tres meses ahí, en una quebrada invadida de verde serrano. ¿Murió ahí? ¿Lo dejaron ahí? ¿Por qué no puede confirmarse su asesinato? También se está cumpliendo un año de preguntas sobre el trágico destino de Hernán Sánchez.

Tras el horror del hallazgo, otro dato revolvió las miradas de quienes seguían buscando a Andrea Castana: cerca del mediodía del viernes 13 de marzo, cuando faltaba un rato para que se cumplan 48 hs. de su búsqueda, se hallaron sus ropas en un lugar insospechado, una cámara séptica abandonada. De sus negras aguas surgieron su remera con corazones y su pantalón. El pensamiento siguiente era que donde sea que Andrea estuviere, estaba sin ropa. Horas después, el peor final confirmó los presentimientos, la infortunada madre de 35 años fue hallada sin vida, casi de casualidad, por conocidos sumados a la búsqueda. Desnuda, cubierta de piedras y ramas. Habían pasado más de 50 horas de su desaparición.

 

El caso Sánchez

Hernán Gustavo Sánchez, fotógrafo social de 32 años, soltero, oriundo de Tanti pero que vivía en Carlos Paz desde hacía varios años, no contestó más las llamadas telefónicas de sus familiares y amigos el 19 de diciembre de 2014. Alertados por la falta de respuesta de un hijo y hermano al que describen como amoroso y dedicado, la familia de Hernán se dirigió a su domicilio para encontrarse con que todo estaba en orden y el desaparecido joven había dejado sus equipos, ropa y hasta dinero sin que hubiera huellas de un viaje precipitado u otra pista.

Sin noticias y con escasa respuesta de las fuerzas policiales y de la Fiscalía de Villa Carlos Paz, la familia de Hernán y sus amigos golpearon las puertas de los medios para tratar de llamar la atención de la opinión pública sobre la desaparición y forzar alguna respuesta formal sobre su paradero. Fueron multitud de marchas, de reclamos, de comunicaciones con las radios.

Alguna vez, una de las hermanas del fotógrafo afirmó que desde la policía le habían asegurado que su hermano “ya no estaba en Carlos Paz”, que se había ido y ellos se preocupaban de más ya que en cualquier momento iban a tener noticias de él. También surgió en el transcurso de esos casi tres meses de búsqueda la versión de unas jóvenes rosarinas que habían estado con él horas antes de su desaparición y se indicó que con una de ellas “había tenido un problema”. Versión tras versión que involucraron drogas y una denuncia de violación, escasa información fehaciente y ninguna búsqueda formal es lo que familia y amigos denunciaban en cada marcha y en cada micrófono.

Ese viernes 13 de marzo de 2015, un grupo de rastrillaje se encontró con un cuerpo en avanzado estado de descomposición a 200 metros del fondo de la calle La Rioja contra el cerro de la Cruz. La conmoción de los grupos de búsqueda ensució el procedimiento que concluyó con el fiscal informando el hallazgo de un cuerpo masculino, presuntamente del desaparecido fotógrafo Hernán Sánchez para la prensa de todo el país que seguía la búsqueda de Andrea Castana antes de hablar con los familiares de Hernán que esperaban sobrecogidos la novedad.

El dolor de la noticia, la brutalidad del hallazgo, la escasa humanidad para con esos padres y hermanas que habían recorrido cada oficina pidiendo formalidad en las búsquedas provocó escenas hasta de violencia: “Estamos convencidos de que el fiscal (Ricardo Mazzuchi) no ordenó que se haga nada. Pedimos un rastrillaje. El primero que solicitamos fue en el cerro de la Cruz. Hernán acostumbraba subir el cerro, inclusive solía bajar por La Rioja. Lo hacía siempre porque era parte de su entrenamiento”, dijo Sandra Sánchez a la prensa con tono airado aquel 13 de marzo cuando los familiares no pudieron reconocer en los despojos encontrados al hermano e hijo perdido el 19 de diciembre del año anterior.

A pesar del hallazgo cuando no se lo buscaba, allí no terminó el calvario para la familia que aún continúa pidiendo respuestas a una justicia que sólo demora sin justificación.

Autopsia y contra autopsia para interrogar al paso del tiempo que vuelve a atentar contra la verdad: Hernán fue golpeado y cercenado, tiene una herida de arma blanca que puede ser la causa de la muerte según dicen los peritos de parte, sin embargo la justicia no se decide a cambiar la carátula por homicidio y la investigación está detenida. En los últimos días, el abogado querellante Carlos Nayi afirmó que puede haber novedades porque “se está investigando”, sin embargo, el “hecho criminal” que rodea la muerte de Hernán aún es un misterio.

 

Los monstruos siguen sueltos

A la distancia, a un año de aquellas horas, se puede resumir en una línea del tiempo, los últimos momentos de Andrea y las actividades desplegadas por su asesino que pueden interpretarse de una o varias maneras: su captor, al amparo de la vegetación del otrora pacífico cerro de la Cruz, la había golpeado con saña para callar sus gritos de horror o sorpresa al ser abordada, la había arrastrado unos 250 metros por el ‘Sendero de los Burros’, la había violado, la había ahorcado hasta quitarle la vida, la había desnudado para ocultar prolijamente su cuerpo con piedras y yuyos, tan prolijamente que los cientos de personas que se abocaron a su búsqueda no pudieron encontrarla hasta pasadas más de 50 horas. El sujeto (hipotéticamente un hombre aunque no se ha descartado un cómplice) había tomado la ropa de Andrea, su remera blanca con corazones, su pantalón y sus medias y había vuelto sobre sus pasos hasta un kiosco abandonado que está a sólo 350 mts. del comienzo del camino del cerro, en inmediaciones de la Estación Tercera, para arrojarlos en una cámara séptica con agua a muchos metros del túmulo disimulado entre el verde donde dejó el cuerpo. Se presume que se llevó su celular y sus zapatillas o los destruyó o los escondió tan bien que nunca fueron hallados.

Cada uno de nosotros puede hacerse una idea de alguien capaz de golpear y trasladar un cuerpo inerte de un espacio a otro en medio de las sierras con subidas y bajadas, profanarla, violarla y quitarle la respiración apretando su cuello para arrebatarle la vida y luego pergeñar el ocultamiento de su cuerpo desnudo en lo profundo de la fronda ya despersonalizada y despojada como se abandona un objeto inútil. Después aún, continuó su tarea macabra llevándose la ropa arrebatada para ocultarla en otro lugar, lejos del cuerpo, construyendo un escenario múltiple que desorientó a quienes buscaban a su hija, a su amiga, a su vecina, a la mamá de esos hijos que la esperaban.

No sé si es posible imaginar semejante monstruo con todas las características de la bestialidad pero que no perdió la sangre fría y se dio a sí mismo la mayor cantidad de tiempo posible, ocultando y montando, para obtener el resultado que hoy percibimos: no hay datos fehacientes que permitan encontrar al asesino y violador de Andrea Castana.

Las preguntas, a un año del crimen de la joven madre, describen dos hipótesis: fue abordada por un sujeto que esperaba someter a una mujer en la soledad del camino público a la cruz o fue víctima de un crimen por encargo sobre lo cual se abren dos posibilidades: ella misma era la destinataria por algún enemigo personal (lo cual es descartado de plano por sus amigas más íntimas y el testimonio de una vida tranquila de mamá amorosa) o su muerte representa el mensaje para otro. Cada una de estas hipótesis fue esbozada en algún momento de la investigación por los propios actores con lo que no se está diciendo nada nuevo y no decir nada nuevo sólo remite a la libertad del asesino y a la impunidad de la que goza quien cercenó una vida en la más cruel de las circunstancias.

La desaparición de Hernán Sánchez nunca fue considerada adecuadamente por las fuerzas de seguridad y el reclamo de sus padres, hermanos y amigos para el involucramiento político y social de la ciudad tuvieron su corolario en el hallazgo incidental de su cadáver cuando se buscaba a alguien más a quién si se consideró necesario buscar.

Hoy la lucha por la verdad y la justicia continúan sobre los pocos indicios que dejó el paso del tiempo y sigue habiendo trabas y contramarchas con avances a cuentagotas.

La crónica de lo que provoca hoy el recuerdo de aquellos días de pesadilla convoca a la necesidad de reclamar justicia por Andrea y por Hernán para que nadie más transite ese camino porque los criminales andan por ahí, libres y sin identificar.

Sólo con la identificación y castigo, con la explicación de lo que pasó, las personas de bien encontrarán la paz y el equilibrio perdido y, sobre todo, quienes los amaban podrán evocarlos con justicia y alegría.

Ya pasó un año y el reloj sigue corriendo.

 

Nota correspondiente a la edición n° 408 del semanario La Jornada, del 13 de marzo de 2015.

1 COMMENT

  1. Que gran cronica la de Valeria Flesia. Se lee (lamentablemente) como una novela negra. Muy bien encarada y mejor escrita. Justicia para estas 2 familias…es lo que Todos queremos.

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