Rubén Di Mauro: “Los niños tienen el mismo sentido de Justicia en cualquier lado”

Por Evelina Ramírez

Rubén Di Mauro Bottani tiene 46 años y casi la mitad de su vida la ha dedicado a ser titiritero. Viene una familia fuertemente vinculada al oficio. Los Di Mauro empezaron a hacer obras de títeres cuando recién comenzaba a desarrollarse la actividad en nuestro país.

Los títeres llegaron a Argentina a comienzos de 1910. Javier Villafañe se enamoró de la técnica de guante o guiñol y en un carromato empezó a recorrer los pueblos haciendo funciones.

El maestro dictó en Córdoba un taller donde tuvo dos alumnos entusiastas: Héctor y Eduardo Di Mauro, hermanos de Rubén. Ambos hacen cambios en la dimensión antropomórfica del títere y logran mayor movilidad y gestualidad en cada acción.

En 1940, Villafañe los invita a un festival internacional en Croacia a compartir su técnica con el mundo. Durante la gira en Rusia, Eduardo conoce a Serguéi Obraztsov y su proyecto de un teatro estable de muñecos, que brindaba funciones gratuitas a todas las escuelas.

Trajo esa idea a nuestro país, pero el terror de la dictadura cívico-militar lo obligó al exilio. Se fue a Venezuela y allí cumplió su sueño y fundó el teatro Tempo con un grupo estable de 20 personas.

Rubén se fue acercando al oficio. Empezó a construir sus propios títeres de guante y a fines de los ’90 viajó a Venezuela. Allí atravesó un entrenamiento riguroso en técnicas plásticas, vocalización y dramaturgia durante seis meses y armó su primera obra profesional: “Una travesura de títeres”. Después, volvió al país y se transformó en un incansable trabajador de la cultura y un divulgador del teatro de títeres en Latinoamérica.

“Los niños tienen el mismo sentido de Justicia en cualquier lado”, expresa con seguridad.

La meta pendiente es recuperar el proyecto de su hermano Eduardo de crear un Centro Integral del Títere en nuestro país. Por eso, desde hace años, se levanta cada día soñando para Carlos Paz.

Es la tercera generación de titiriteros de su familia y, al igual que todos los Di Mauro, tiene como horizonte que todos los niños y niñas puedan experimentar una obra de títeres. Cada vez que sus personajes cobran vida entre papel maché, cartapesta y pedazos de tela, su marioneta el perro Fatiga saluda a los perros del centro o alguna de sus obras está por empezar, ese sueño se hace de a poco realidad.

“Para mí es un orgullo, un honor y una gran responsabilidad pertenecer a la tercera generación en mi familia de titiriteros. Allá por la década del ’10, Héctor y Eduardo Di Mauro incursionan en las primeras obras de títeres. En aquel entonces no había oficio de titiriteros. Primero se dividieron Córdoba. Uno hacía el norte y otro el sur y luego de dividieron la Argentina. Nuestro padre era quien les gestionaba las funciones y los dos tenían mucho trabajo. No se sabía lo que era una función de títeres. Había que emprender un camino y hacer escuela contando de qué se trataba.   

En 1912 aproximadamente viene García Lorca a Argentina con una obra de títeres. Allí lo ve Javier Villafañe, que es como nuestro padre de los títeres en Argentina. Javier Villafañe se enamora de las funciones de títeres. Logra hablar con Lorca y construye sus primeros títeres y sus primeras obras.

Muy ingeniosamente Villafañe arma un carromato, que luego será “La andariega”, tirado por una yegua. De esa manera fue pueblo por pueblo, dando funciones de títeres. Javier Villafañe empezó trabajando la técnica del títere de guante, que es la misma que hacía Lorca, que es el guiñol.

Javier Villafañe era poeta. No había gran destreza en el movimiento de los títeres. La transmisión de sensaciones de los personajes se hacía a través del relato. Su voz y la poesía eran suficientes, más la plástica, para meterse en sus historias. Fue verdaderamente un maestro.

Luego Villafañe llegó a Córdoba. Mis hermanos Héctor y Eduardo se formaron en el oficio de los títeres con él, es la escuela Normal Superior Garzón Agulla, en barrio General Paz (Córdoba). Vale decir que en aquellos años, en la escuela primaria se dictaban también oficios. Había carpintería, herrería, plástica y títeres. Ellos eligieron títeres.

Al buscar su estilo propio, Héctor y Eduardo empiezan a discutir lo antropomórfico del títere. Empezaron a ver cómo podían hacer para que el títere pareciera que va caminando, que se siente, que mire, y que la palabra tenga coordinación con el movimiento. Que sea síntesis y acción.

Ya no era que sólo el títere aparecía y desaparecía, sino que caminaba, miraba, se daba vuelta, lloraba. Era el movimiento el que transmitía la emoción.

Ya en el año 1940, Villafañe fue invitado a un festival internacional. Él dijo que en realidad los que deberían viajar son Héctor y Eduardo, porque eran los que han pulido y desarrollado una técnica que la tiene que ver el mundo. Desde Croacia les dijeron que vayan los tres. Héctor y Eduardo no tenían un peso. Había que afrontar un viaje en barco, que no sólo implicaba tiempo sino también mucho dinero. Crearon una rifa y entre amigos, juntaron el dinero para embarcarse a este festival.

En ese evento Villafañe apadrina a Héctor y Eduardo. A partir de ese momento tuvieron una gira todo el año por Europa”, recordó Rubén.

 

– ¿Qué edad tenían más o menos Héctor y Eduardo cuando sucedió eso? 

– Tenían cerca de 40 años. Los invitaron a Francia, a Rusia. El marionetista Serguéi Obraztsov los invitó a Rusia. Ellos no lo podían creer. No dimensionaban lo que tenían en sus manos: la técnica novedosa del guiñol.

Para traspasar la barrera del idioma, Héctor y Eduardo crearon unas pantomimas. Esto es, cuando los muñecos se mueven sin hablar. Crean la espera, el pozo, el idilio. Esto los lleva a la consagración a nivel internacional. Tuvieron una nueva gira por Europa, de donde se traen el bagaje y el conocimiento. Llegaron hasta China.

En ese marco es cuando Eduardo conoce el teatro en Rusia de Obraztsov. Allí había un montón de gente trabajando: sastres, vestuaristas, plásticos, dramaturgos que revisan los textos de las obras, trabajos de oficina que gestiona los lugares para hacer una presentación, técnicos en iluminación, en sonido. Esas obras de títeres eran presentadas sin costos en escuelas de todas las edades. Había obras para escuelas iniciales, primaria, secundaria y para adultos.

Eduardo se vuelve a Argentina enamorado de esa idea. Pero no lo pudo concretar por la persecución de la dictadura. Ahí es cuando se viene la parte más dura para mi familia. Hace un par de años atrás salieron los libros con los nombres de quienes estaban en las “listas negras” de la dictadura. Allí aparecen Héctor y Eduardo Di Mauro. Y en las razones esgrimidas decía “titiriteros”.

 

– O sea, era peligroso ser titiritero en la dictadura…

– Sí, sí. Héctor se pudo quedar en Córdoba con una obra que estaba autorizada, que era “El soldadito de guardia”. Era la única obra que podía hacer. Contaba la historia de María, que tenía miedo en la casa y la salvaba el soldadito de guardia. Sólo con una autorización firmada podía hacer esa obra. Eduardo sí se tuvo que ir. Eduardo era militante del Partido Comunista. Él se vino enamorado del sistema del teatro de títeres en Rusia, y de la única manera de desarrollarlo era a través del socialismo y del comunismo.

Su idea inicial fue exiliarse en México, pero en Caracas pierde el barco junto a su esposa. Eduardo no perdió el tiempo. Ofreció sus servicios de titiritero en Caracas y no lo dejaron ir. Ahí logró desarrollar el Teatro TEMPO (Teatro Estable de Muñecos de Portuguesa), que es similar al de Rusia. No llegó a tener 60 personas trabajando, pero sí unas 20. Cuando tuve oportunidad de conocerlo, me pareció impresionante.

Hay retablo para todos los tamaños. Desde dos hasta 12 titiriteros, con luces, sonido. Todo el desarrollo tecnológico, en Venezuela.

 

– ¿Y cómo empezaste vos a desarrollar el oficio de titiritero?

– Siempre Héctor y Eduardo me decían que tenía que ser titiritero. Y un día me decidí a hacerlo. Dejé todo lo que era, un empleado del sistema y me largué a ser titiritero. Empecé con un taller con Enrique “Quique” Di Mauro, hijo de Héctor. Allí estuve un año cursando en el espacio de Luz y Fuerza, en Córdoba. Creamos un grupo que se llamó “Cortocircuito”. Hacíamos “Alí Baba y los 40 ladrones”. Éramos como 20 detrás del retablo. Para los chicos era divertido.

 

– ¿Empezaste construyendo tus propios títeres?

– Sí. Me enseñó Raquel, la esposa de Héctor. Ellos me enseñaron a hacer mis primeros títeres en papel maché.

Después Eduardo me invitó y me llevó al Teatro TEMPO. Esto debe haber sido allá por el año 2000. Yo me quedé fascinado con tanta gente. Allí tuve un entrenamiento riguroso. Desde las 7 de la mañana hasta las 23, todos los días. Pasabas por diferentes etapas. Te hacían trabajar la vocalización, entre otras cosas.

Recuerdo que nos hacían armar y desarmar el retablo un montón de veces. En ese momento me preguntaba ¿para qué? Hoy lo agradezco un montón, porque ahora el retablo lo armo hasta con los ojos cerrados.

El retablo es totalmente desarmable, porque los titiriteros nos movemos mucho en auto, colectivo, avión. Está hecho con aluminio, tela y todo el retablo –que mide tres metros de ancho por 3 metros de alto, por 2,5 metros de profundidad- pesa 19 kilos. Con todo incluido.

En el teatro TEMPO tuve mi segunda formación. Con Quique Di mauro había estado en el grupo “Cortocircuito”. También había hecho talleres de construcción de títeres. Allá es donde armé mi primera puesta profesional, que fue “Una travesura de títeres”. El crecimiento en un espacio de formación como lo es TEMPO, fue impresionante.

Lo hice con música, con luces, con la dramaturgia revisada. Eduardo fue director. Me hizo transpirar hasta lograr que el personaje del abuelo que involucra la obra, lo convenciera (risas). Yo tenía la idea de la plaza, lo comunitario. La credibilidad es esencial en el teatro de títeres, la dinámica, el ritmo. Aprendí muchísimo. Fueron seis meses de estar todo el día trabajando.

Intenté replicar la experiencia aquí, en Villa Carlos Paz. Es decir, pensé en un Centro Integral de Títeres, pero no he tenido suerte. Y es muy barato para un intendente. Porque la idea es que todas las escuelas de la ciudad y zonas aledañas, tengan un espectáculo de títeres gratis. Pero no lo entienden todavía.

 

– El desarrollo del oficio va vinculado a la idea de viajar. ¿Cómo ha sido tu experiencia?  

– Con el tiempo entendí cómo autogestionarme para poder viajar y poder llevar adelante el propósito. Cree planes similares a los de teatro TEMPO. Son planes rurales, estatales, nacionales e internacionales. Cada plan tiene una atención especial.

De esta manera recorrí toda Latinoamérica con los títeres, hasta Ciudad Juárez (México). He estado en Perú, Colombia, Venezuela (cada dos años), Bolivia, Chile, Ecuador. La verdad es que es una maravilla poder transitar el terreno, conocer la gente y mucho más los niños, que tienen el mismo sentido de justicia en todos lados. Salvo algunas palabras que cambian, el resto es igual. Es una enorme gratitud.

Agradezco el sentido hospitalario que tiene Argentina, que le abre las puertas al extranjero. Porque de la misma forma nos tratan a nosotros. Esta esta idea de que Argentina es un lugar donde podes ir siempre. Pase lo que pase en cualquier país. Y eso lo agradecen mucho.

Para mí, no hay fronteras. La experiencia de viajar con los títeres es muy bonita.

 

– Además, el mismo lenguaje de los títeres transciende fronteras…

– Sí, totalmente. Los niños siempre entienden el código. Es decir, lo que la obra y el titiritero quieren decir. Es algo que tienen internalizado. Los chicos tienen las mismas respuestas. Eso me parece increíble. La pregunta es ¿qué nos pasa después, cuando crecemos?

 

– ¿Tenés guardado tu primer títere?

– Sí, mi primer títere está guardado en el teatro TEMPO; que también tiene funciones de museo. Allí están guardados los trabajos de diferentes titiriteros del mundo.

 

– ¿Cuál es un tu sueño como titiritero?

– Formar un teatro estable de muñecos local, municipal. Que tenga un alcance regional, provincial, nacional e internacional. ¿Por qué no podemos ir de gira representando a nuestra ciudad? Eso sería un sueño cumplido.

 

TEMPO

El Teatro Estable de Muñecos de Portuguesa (TEMPO) es la escuela permanente de formación, recreación y culturización que está en Guanare (Venezuela). Por medio de las artes escénicas desarrolla  importante trabajo de llevar de alegría  a niños, niñas, jóvenes y  adultos en Venezuela y América Latina.

Allí funciona la sede del Instituto Latinoamericano del Títere, el centro de capacitación, producción y documentación que contribuye  con formación integral a titiriteros de Venezuela y de otros países.

En el ciclo “Fiesta de Títeres en Vacaciones” estuvieron presentes en la Casa de la Cultura de la Coopi Maritza Peña y Mary García. “Estas dos personas han sido mis maestras”, destacó Rubén en aquella oportunidad. “Qué bueno que el alumno supero a las maestras”, retribuyó Maritza.

En el TEMPO también se ofrecen talleres intensivos de montaje, elaboración de títeres,  escenografía y dirección,  para estudiantes, docentes,  colectivos culturales  y el pueblo. TEMPO cuenta  con una sala estable con la capacidad de albergar a 120 espectadores, biblioteca especializada, un centro de documentación, un taller de producción, terrazas de lectura, comedor, sala de conferencia, cocina, depósito de escenografías y cinco habitaciones para el alojamiento de titiriteros.

Funciona gracias los aportes económicos recibidos por parte del  Ministerio del Poder Popular para la Cultura (MPPC), a través del Sistema Nacional de las Culturas Populares,  y del gobierno Socialista de Portuguesa, por medio del Instituto de Cultura del Estado (Icep).

La amplia programación cultural ejecutada por el Tempo, ha servido para que traspase las  fronteras de Venezuela, y tenga presencia en América Latina, para  llegue a las escuelas y comunidades.

“El TEMPO ha sembrado el servicio cultural. Esa es nuestra premisa. E una pared tenemos escrito que para el artista la cultura debe ser un servicio y para el pueblo, es un derecho”, remarcó Maritza a VillaNos Radio.

 

“Fatiga”, el perro del centro

Además de hacer sus propios títeres, Rubén Di Mauro también ha logrado desarrollar la técnica de la marioneta. Con sus manos y los movimientos que logran 30 hilos ha logrado dar vida a “Fatiga”, el perro que suele acompañarlo en la peatonal de Villa Carlos Paz.

“Me llevó un año hacerlo y me ha traído mucha felicidad”, reconoce el titiritero.

“Fatiga” pestañea, gruñe, hace pis, mueve la cola, busca una pelota. “Tiene los mismos movimientos que un perro. Con él hacemos un show para la calle, en un espacio de un metro cuadrado. Empieza mirando, saca la lengua, pestañea, busca un hueso o una pelota, y se lo tira a la gente. Nos divertimos mucho con los perros reales de la gente, que creen que Fatiga es otro perro y juegan. Es algo muy bonito. La gente a mí ni me mira, y está buenísimo que suceda así”, dijo entre risas.

 

Nota correspondiente a la edición n° 480 del semanario La Jornada, del 27 de agosto de 2017.

1 COMMENT

  1. Excelente nota periodística. Una actividad que apenas conocí de niño, pero que encierra un profundo valor estético y didáctico. Si ese espíritu de justicia en los niños que Di Mauro describe acompañara a los dirigentes, muy otro sería el mundo. Lamentablemente la enorme mayoría de los que dirigen, están cumpliendo una obediente misión de títere, o en el mejor de los casos de titiritero que no busca alegría sino ventajas personales. Raúl Bonadero

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