¿Cuál género?

Por Sofía Urbina

Esa fue la primera pregunta que me hice cuando me acerqué por primera vez al feminismo. En realidad fue la segunda. La primera fue ¿qué hago acá? Luego vinieron ¿qué es el género?,  ¿por qué hablarlo?, ¿qué es la violencia de género?, ¿cómo esto me interpela y por qué? 

Después de haber leído diversos teóricxs, noticias, escuchado a periodistas, referentes, activistas y de una constante revisión sobre mi vida, mis normas y mi forma de habitar el mundo, no encontré una respuesta, sino varias.

Así es como le perdí el miedo a la palabra feminismo y este espacio tampoco le teme ni le escapa. Es más, lo reconoce como el horizonte transformador de estos tiempos, como la crítica que incomoda (porque atraviesa al cuerpo) y por ende moviliza la reflexión. Es a partir de este movimiento social y político que entendí la necesidad de la perspectiva de género para analizar y cuestionar aquellas problemáticas visibles e invisibles de nuestra sociedad.

Hablaré desde el género, porque es esa la perspectiva que permite identificar las dinámicas de opresión que atraviesan nuestras relaciones humanas; porque abre caminos teóricos y políticos para la transformación; porque los problemas que sufre el colectivo de mujeres (ahora y desde siempre) requieren un abordaje periodístico que evidencie, cuestione, incomode y se autoevalúe una y otra vez.

Hablaré de género, entendiéndolo como la construcción subjetiva que una persona hace de su sexualidad. Es decir, aquella identidad que no está basada en el binarismo hombre/mujer, sino en un acto performativo (en términos de Judith Butler) en donde cada unx se constituye como un cuerpo capaz de optar por la identidad sexual que quiera. Género, es ese término que permite la visibilización del colectivo de la diversidad sexual y del rol de la mujer en este juego de poder basado en la heterónoma, en ese conjunto de relaciones de poder por medio del cual las relaciones heterosexuales idealizadas se institucionalizan y se equiparan con lo que significa ser humano.

El problema es que hoy en día esa palabra se ha reducido a la noción de violencia y esta última es asociada únicamente a la violencia física hacia la mujer o, en el peor de los casos, a su muerte. Algo que podría parecer obvio cuando cada 18 horas una compañera es encontrada en descampados o en construcciones cubierta con cal; cuando nos faltan Andrea Castana, Ingrid Vidosa, Dahyana García y Carina Drigani; cuando no contamos en la ciudad con lugares adecuados ni profesionales idóneos para la protección y acompañamiento de las mujeres violentadas, cuando nuestrxs funcionarixs públicos siguen creyendo que esas son cuestiones “del ámbito privado”. Ante esta terrible realidad muchas veces olvidamos que la prevención es mejor que el lamento y que antes del femicidio sucede una larga lista de actos violentos, opresivos y discriminatorios. 

Es necesario entender el maltrato físico como el último eslabón de una cadena de violencias que atraviesan todas las facetas de nuestras vidas. Hablo de aquellas que no dejan moretones, pero que también nos matan: como los micromachismos;  la violencia simbólica, psicológica y económica; la feminización de la pobreza; los roles y los estereotipos; la casi inexistente aplicación de la ley de educación sexual integral; la penalización del aborto; la criminalización del trabajo sexual; la obligatoriedad a la maternidad; el tabú de la sexualidad; el lenguaje, la publicidad y el humor sexista;  la violencia mediática; el maltrato y abandono por parte del Estado y su justicia patriarcal.

Hablar desde el género implica entenderlo como una categoría de análisis, como una herramienta para cuestionar el lugar que históricamente hemos tenido las mujeres en el mundo: madres, sumisas, calladas, obedientes, dependientes, delicadas y sensibles. Mientras que al hombre se le ha adjudicado el lugar de poder: él toma las decisiones, es trabajador, independiente, fuerte, inteligente, el sujeto central de la historia y la cultura. Y en realidad, bien sabemos, que a las mujeres se nos ha invisibilizado de la historia y se nos ha negado el acceso a los lugares de toma de decisiones… Ah! Pero se nos dejó la casa y la cocina, los chicxs para cuidar, el super para hacer compras, lxsadultxs mayores para atender y un hombre para complacer. Además de los trabajos mal remunerados y precarizados.

Entre estas nuevas visiones del mundo que aporta el feminismo, está también la reflexión en torno a la relación de hombres y mujeres con el lenguaje y sus usos. Entiendo al lenguaje como un instrumento de expresión y comunicación con el que construimos la realidad,  como un campo político donde se puede (y se debe) intervenir para desarmar esas categorías que resultan opresivas. El lenguaje como manifestación de la cultura refleja los prejuicios presentes en nuestra sociedad y condiciona nuestra forma de ver el mundo, esos prejuicios son sexistas en la medida que expresen puntos de vista que mantengan desigualdades entre los géneros; en tanto oculten, subordinen y/o excluyan a las mujeres.

Por eso, hablaré de género a través de un lenguaje inclusivo y no sexista, que pretenda promover una imagen no estereotipada de las personas a las que se refiera y que no limite la identidad sexual a mujeres y hombres. Porque un lenguaje no sexista es aquel que no oculta, no subordina, no infravalora y no excluye.

Por último, hablo de género y feminismo porque confío plenamente en que la aplicación de estas perspectivas permite el diseño de políticas públicas, programas y servicios que desde distintos ámbitos, puedan contribuir a erradicar la violencia y garantizar el trato igualitario de todas las personas. Porque confío que el feminismo, como movimiento social y político, es la base para un cambio profundo en nuestras formas de relacionarlos. Porque entiendo que es un camino largo y difícil, pero sumamente necesario para alcanzar esa tan ‘utópica’ libertad. 

Desde el compromiso con la lucha feminista y con un periodismo con perspectiva de género celebro este espacio, lo agradezco y lo reivindico.

 

Nota correspondiente a la edición n° 472 del semanario La Jornada, del 02 de julio de 2017.

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