Camila Sosa Villada: “El transodio es una práctica de la sociedad en su totalidad”

Por Felipe Etkin

Polvareda del noreste cordobés con los pies descalzos. “Lo primero que escribo en mi vida es mi nombre de varón”, recuerda Camila. Un poco más allá, la voracidad lectora, lápices de colores y una pila de libros prestados van acompasando las narraciones que se vuelcan en los papeles. “Mi primer acto de travestismo fue a través de la escritura”, señala.

Un poco más acá, una bicicleta surca el asfalto hirviente de la ciudad de Córdoba desde los teatros a la radio, de las lecturas a las nuevas escrituras, del drama a la música y del arte a la militancia. “El transodio es una práctica total de la sociedad”, nos recuerda la escritora; a la vez que remarca la importancia de tejer redes de encuentro y de seguir experimentando con el lenguaje vivo.

Camila Sosa Villada nació en La Falda en 1982. Vivió en Cruz del Eje, Los Sauces, Mina Clavero y en la capital provincial, donde reside actualmente. El año pasado publicó ‘El Viaje Inútil. Trans/escritura’ una novela autobiográfica en la que la escritura, como acto de escribir, se busca y define a sí misma con la intensidad implacable de los pies en el barro, pero también con la frescura de un ojo que mira en retrospección.

En las vísperas de la publicación de ‘Las Malas’, su nueva novela que presentará el 21 de marzo en el Cabildo de Córdoba, conversamos con Camila sobre la literatura, el feminismo, las travas y las trans, la política y la cultura en su territorio.

– ¿Por qué incluís a ‘El Viaje Inútil’ dentro de una especie de género literario llamado trans/escritura?

– No es un género, es una práctica. Bauticé la novela de esa manera porque me parecía necesario poder crear una familia con otras escritoras trans; o que no lo sean pero que sí hayan trascendido cierta idea de la literatura muy conservadora, machista y prostática que viene implementándose desde hace muchos años. Quería conformar esa familia que practica un tipo particular de escritura que desobedece esas normas patriarcales sobre cómo hay que escribir y cómo hay que leer un texto.

Seguramente, en algún momento, debo haber estado atada a la literatura que parece escrita con la próstata. Sin embargo, empecé a trans/escribir cuando desobedecí y dejé de prestarle atención a la morfología, a la semántica, a la sintaxis y a todo lo que significa que un texto esté “bien escrito” para un determinado tipo de lector.

– ¿Existe un movimiento de trans/escritoras?

– No alcanza a ser un movimiento porque somos muy pocas las que escribimos actualmente. Están la Susy Shock, Marlene Wayar, Claudia Rodríguez, Naty Menstrual, entre otras; pero no somos muchas más. Me encantaría que esto llegue a ser un movimiento y que de repente la literatura estuviera tan amenazada por la aparición de más escritoras trans y también por otras mujeres que, la verdad, son muy travestis para escribir.

– Hace un tiempo comentaste que -de más chica- viste a Cris Miró en la televisión y de pronto no te sentiste sola. ¿Sigue vivo ese sentido de pertenencia a un colectivo?

– Sí, totalmente. Sin embargo, no es algo fijo o constante. Muchas veces me he sentido o me siento muy sola. Asimismo, el feminismo nos dejó la posibilidad de pensar que en realidad no estamos solas. Eso nos hace darnos cuenta de la posibilidad de ser parte de un todo. De pertenecer a la naturaleza, de ser parte de las demás, parte de la tierra. Es algo que tengo muy presente.

También hay transiciones políticas y circunstancias que van tejiendo otras problemáticas. Me pasa con la aparición del feminismo TERF de las RadFem (Trans-Exclusionary Radical Feminists, por sus siglas en inglés), que de repente nos quieren expulsar a las travas de todos los espacios de lucha.

– ¿Por qué resurgen estas perspectivas dentro del feminismo?

– No es un resurgimiento. Los primeros encuentros del 8M las travestis no estábamos invitadas y fue una batalla que se dio año tras año hasta que hace muy poco tiempo nos han incluido en las consignas unificadas de las trans, travestis, personas no binarias y mujeres. No es un fenómeno nuevo, llevó mucho tiempo de construcción.

– ¿Existe alguna relación con el viraje político hacia la derecha conservadora que vivimos en toda la región?

– Es fundamental entender que la transfobia no es un privilegio de la derecha. El transodio es una práctica de la sociedad en su totalidad. Una siempre se pone a desbaratar pequeños argumentos que tienen las personas alrededor de las mujeres trans; y es sobre todo en el caso de las mujeres trans, porque somos una feminidad. Es diferente a lo que sucede con los varones trans que también están marginados y luchando por muchas cosas, pero la persecución sobre el cuerpo de las mujeres trans tiene esa carga de que ni siquiera podemos dar a luz; no les podemos asegurar a ustedes que vamos a ser madres de sus hijos. La transfobia está en todas las personas, incluso en nosotras mismas. Por otra parte, el Estado lleva a cabo un identicidio desde hace muchísimos años. Por ejemplo, cuando la gente festejaba la vuelta de la democracia, las travas se tenían que subir arriba de los árboles para que no se las lleve la policía. Cuando mis compañeras de facultad se juntaban a tomar una cerveza a la noche yo me tenía que ir al parque a prostituirme porque no conseguía trabajo. En ese marco no podemos desligarnos tan fácil de la transfobia. Parece que con tener una onda psicobolche o un filo de izquierda o nacional y popular ya te exime de todos los análisis que hay que hacer en torno a esto.

– Asimismo, en ‘El Viaje Inútil’ señalás que existe cierta recuperación de la voz…

– En eso tienen mucho que ver las grandes ‘traviarcas’ como Lohana Berkins, Marlene, Nadia Echazú y todas esas mujeres trans que vienen hace rato levantando la voz y diciendo que no somos víctimas pasivas de nada. Seremos víctimas, pero no nos vamos a quedar llorando en nuestras casas viendo cómo nos matan. Hay una voz que recuperamos, a pesar de que siguen sin escucharnos en la mayoría de los espacios y que existan estos grupos de mujeres que quieren expulsarnos.

– Frente a un año electoral, ¿cuál es el panorama?

– No podemos darnos el lujo de otorgarles a los políticos nuestro bienestar y nuestro malestar. Tenemos que empezar a hacer redes entre nosotres, encontrarnos en otras maneras que no sean detrás de un partido político, para estar más organizades al salir a la calle y batallar nuestros derechos. Como pasó con el feminismo frente a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en el que se encontraron millones de mujeres de todas las edades, de todos los colores, incluso las travas, que en esto no tenemos nada que ver. Todas con el pañuelo verde frente al Congreso. Los micro-encuentros, los pequeños espacios van a tener más incidencia en la vida de las personas que si en el gobierno está Macri o está Massa. Hay un problema cultural que no va a resolverse en las elecciones. Un 50% de la población del país está bancando que se reprima a los maestros, mujeres y oprimidos. El encuentro pasa por otro lado.

– El Viaje Inútil, además de novela autobiográfica y crítica literaria, ¿es una obra política?

– Yo no la escribí pensando que ‘todo es política’, pero sí opino que todo es cultural. La política es una invención de esta cultura machista y heterosexual. Trato de contar una historia, la mía y la única que conozco. Es la historia también de las personas que conozco y que amé y las que odié. Cuento eso sabiendo que lo personal es político, como venimos diciendo hace tanto tiempo. Mis padres me empezaron a aceptar después de que empecé a hablar, desde que hice una obra, después de publicar un libro de poesía. Apelar a lo sensible es vital en este momento; hay una enorme carencia de sensibilidad, una gran convicción de que somos seres individuales, que no estamos conectados con el planeta, que somos superiores a todo. En algún momento eso va a ser cobrado. Por eso prefiero hablarles directamente a las personas y contar lo que una vive; decirles a la cara que vi morir a mis amigas internadas en el Hospital Rawson, que veo a mis compañeras travestis sin dientes teniendo 25 años. Este año ya hay 15 chicas muertas. Cuatro asesinadas, ocho murieron de SIDA a los 20 años. ¿Me escuchaste? A los 20 años… Desde la política siempre dicen que van a mejorar nuestra situación, pero nos siguen matando.

– Dijiste que la escritura fue como un veneno que se te metió dentro, pero también señalás que lo único que te da placer es escribir. ¿Hay una contradicción?

– No necesariamente es contradictorio. Aprendí hace un par de años que una también desea veneno y puede querer el mal, que estas cosas dan mucho placer. Son causas de gozo.

– En ese sentido, ¿hay un ejercicio terapéutico o de exorcismo personal en la literatura?

– No sé qué es lo que se termina de expulsar cuando se escribe. Yo no sé si hay algo que se expulsa o un demonio que se suelta solamente por el proceso de escribir. Creo que es mucho menos terapéutico de lo que parece. Es muy doloroso y muy angustiante. Además, la vida de las escritoras es muy complicada y compleja. No sé si la escritura llega a curar alguna cosa o sanar un virus. Toni Morrison (negra, poeta y militante de los derechos humanos) decía algo como que no hay tiempo para la desesperación, no hay lugar para la autocompasión, no hay necesidad de silencio y no hay lugar para el miedo: hablamos, hacemos, escribimos lenguaje y así es como se cambian las civilizaciones. Yo considero que va más por ese lugar, por una experimentación del lenguaje más que por pensar que hay algo egoísta en el medio de tu cabeza que dice “escribiendo esto voy a solucionar el trauma que tengo con mi mamá”. Hay que encarar la literatura desde este otro modo.

– Es quitarle a la escritura una perspectiva de individualidad absoluta…

– Los mismos escritores se han encargado de que lleguemos a esto. Los escritores varones han hecho creer que es una práctica que implica determinadas cosas y comportamientos. Muchas veces es gente que tiene dinero, con casas con vista al mar o en el campo y pretenden que todos pensemos que ese es un territorio exclusivo para la literatura.

– ¿La nueva novela es autobiográfica?

– Sí, es muy autobiográfica. Sobre todo, en las partes en las que las travestis se convierten en pájaros, en lobizonas, ponen huevos y dejan a todo el mundo en silencio mediante un hechizo.

Nota correspondiente a la edición n° 538 del periódico La Jornada, del 27 de febrero de 2019.

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