Medios, tecnologías y redes sociales al desnudo

Por Felipe Etkin

La configuración política y cultural de las sociedades actuales es heredera de una tensión siempre latente entre lo público y lo privado. De acuerdo con la filosofía del derecho liberal, que puede ser pensada como los fundamentos de muchas de las actuales constituciones y normativas del mundo occidental, una cosa es lo privado -el ámbito del hogar, las decisiones personales, el cuerpo y el individuo-; y otra cosa es lo público -la política, las leyes, lo colectivo, lo compartido-.

Esta perspectiva, a pesar de las fuertes impugnaciones que ha recibido de parte de pensadores alejados de la tradición burguesa-liberal, ha sobrevivido y continúa siendo muchas veces el lente desde el cual se analizan las sociedades. Es puntualmente esta dicotomía la que entra en conflicto en la actualidad, en un panorama marcado por los avances tecnológicos y las comunicaciones a escala global.

En el año 1948, el escritor inglés, George Orwell publicaba un libro en el que ya se planteaba la existencia de un poder omnipresente que invadía de lleno la intimidad de las personas. Bajo el nombre de “El gran hermano”, el autor de la obra 1984, exponía un clima de época (en aquél entonces caldeado por los Estados totalitarios) en el que los medios de comunicación comenzaban a tener un rol central en la redefinición de la vida privada. En la novela, se retrata un mundo donde no hay lugar para la privacidad, donde un poder inmanente se inmiscuye en todos los aspectos de la vida de manera universal.

Sin caer en una postura fatalista y apocalípticamente orwelliana de los medios y las innovaciones, podemos ver que a lo largo del siglo XX y hasta esta parte, las tecnologías de la comunicación y la información han sido objeto de avances permanentes; y, acompañado por la instauración de un capitalismo de escala global, han puesto en jaque la propia concepción de la intimidad.

Semanas atrás, la justicia de los Estados Unidos interrogaba al creador y CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, por la filtración de datos de los usuarios de la plataforma hacia una empresa privada que a su vez le vendía esa información a los encargados de la campaña presidencial de Donald Trump.

Estos casos de segmentación masiva y procesamiento de datos a gran escala, conocido como Big Data, se desarrollan permanentemente sin mediar aviso con la persona que desde su hogar  ingresa a una u otra plataforma, ignorando que cada click será parte de una cadena de producción de publicidades, ofertas y propuestas elaboradas a la medida del consumidor. El encuestador que quiere saber cómo implementar una campaña política o cómo vender un producto ya no tiene que tocar el timbre de cada casa, las puertas están abiertas y nosotros dispuestos a exhibir nuestros gustos, placeres, temores, preferencias y pasiones.

“Ya no existe la distinción entre lo público y lo privado; las redes sociales han venido a tallar esa pared que no estaba tan precisa; y por otra parte, la política y los medios han tomado esto como estrategia y ya es una forma de trabajo que se ha legitimado”, observa el docente e investigador universitario Eduardo de la Cruz.

Para el profesor, la llegada de Trump al gobierno norteamericano marca el nacimiento de una época signada por el tráfico de datos e información. “Todos somos emisores y receptores en las redes sociales, pero hay grupos de poder que tienen una influencia preponderante”, alertó.

Frente a un panorama mediático caótico, el docente considera que la problemática debe ser objeto de regulación. “Aparentemente, por esta ruptura en la división de lo público y privado, todo puede ser comunicado y dicho sin la autorización del otro. Siempre hay público para cualquier contenido, pero hay una regulación legal que tiene que estar presente junto con una conciencia crítica ciudadana sobre el uso y abuso de los relatos virtuales”, remarcó.

¿Qué es la intimidad entonces? ¿Dónde está el límite? ¿Quién decide?

A su vez, los avances tecnológicos también permiten que el rol de los propios usuarios tenga características nuevas. Otrora, el consumidor de prensa gráfica compraba el periódico para leerlo y guardarlo o tirarlo; en la actualidad, los consumidores tienen las posibilidades de editar, compartir, resignificar, divulgar, viralizar y producir con mucha más accesibilidad. En este contexto, esto implica que la intimidad no sólo es objeto de apropiación por parte de grandes empresas de medios y redes trasnacionales, sino que los propios usuarios también rompen las fronteras de lo privado teniendo un papel activo para que lo individual devenga colectivo.

 

Redes y pornografía

El cuerpo mismo de las personas, como uno de los territorios reservado a la intimidad por excelencia, entra también en una redefinición bajo este panorama. De manera permanente, los medios de comunicación se hacen eco de filmaciones filtradas y grabaciones sexuales de personalidades de renombre que son acompañadas con puestas en escena espectaculares para atraer toda la atención de la audiencia.

La mayoría de las veces sin consentimiento de los sujetos participantes que sin cumplir delito son puestos en el centro de la pantalla; otras veces, cuando algún delito sexual está presente se expone sin remordimientos a la víctima. De una u otra forma, el desenlace continúa por las redes sociales con la circulación del material y la vía libre para su viralización.

¿Qué sucede con la pornografía en las redes sociales? ¿Cuál es el lugar del cuerpo en el espacio público?

En Argentina, la letra de ley es clara respecto de los delitos sexuales y la pornografía infantil; es en el Artículo 128 del Código Penal donde se establece que “será reprimido con prisión de seis (6) meses a cuatro (4) años el que produjere, financiare, ofreciere, comerciare, publicare, facilitare, divulgare o distribuyere, por cualquier medio, toda representación de un menor de dieciocho (18) años dedicado a actividades sexuales explícitas o toda representación de sus partes genitales con fines predominantemente sexuales, al igual que el que organizare espectáculos en vivo de representaciones sexuales explícitas en que participaren dichos menores. Será reprimido con prisión de cuatro (4) meses a dos (2) años el que tuviere en su poder representaciones de las descriptas en el párrafo anterior con fines inequívocos de distribución o comercialización. Será reprimido con prisión de un (1) mes a tres (3) años el que facilitare el acceso a espectáculos pornográficos o suministrare material pornográfico a menores de catorce (14) años”.

Sin embargo, el caso de los delitos es un aspecto diferenciado y particular de la problemática, ya que hay todo un conjunto de discusiones respecto del porno, su producción y circulación entendido como una práctica política y cultural.

Emma Song, especialista en la temática de la pornografía, indicó que se puede distinguir a lo largo de la historia, que en los últimos 30 o 40 años hubo una primera explosión industrial del porno. “Esto se desarrolló con el marco de una supuesta revolución sexual en la década de 1970, luego del Mayo francés; después, hubo otro auge con el cambio de tecnología y la aparición del VHS, con lo cual en 1980 la pornografía se convierte en una industria y adquiere un nuevo empuje que, cuando aparecen las tecnologías como internet y las nuevas maneras de filmar, que son mucho más accesibles, se expande más todavía”. Song señala que las redes sociales no son necesariamente una variable que haya aumentado el consumo de pornografía, mientras que ese fenómeno sí se puede observar con la popularización del internet.

“En la actualidad hay una mayor autoproducción de contenido erótico y desde el movimiento posporno vemos una especie de esperanza en el hecho de que las producciones pornográficas no pasen por las manos de las industrias y las formas heterocentradas y heterosexuales”, manifestó la activista.

Si bien a simple vista parecería que la sociedad actual tiene una mayor tolerancia a cierto contenido sexual dentro de los medios de comunicación, Song considera que sucede lo contrario: “Dentro de la hegemonía comunicativa en la que estamos inmersos, los medios juegan un rol contrario, que es el de disciplinar a dónde puede haber sexo y dónde no. En los medios de comunicación, cuando se producen estos hallazgos de “videos prohibidos” se produce una espectacularización que no tiene tanto que ver con disfrutar de la sexualidad, sino con una sanción clara y concisa. Cuando se comparten estos materiales se hace en parte en forma de broma, y en parte para generar esa sanción. Generalmente siempre ocurre lo mismo y las personas tienen que terminar saliendo a pedir disculpas por tener sexo”.

Con la emergencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, ciertos movimientos dentro del feminismo consideraban la posibilidad de algunas potencialidades en dichas herramientas para desarrollar producciones diferentes a las establecidas por la industria internacional. “Hoy vemos que la maquinaria heterosexual y la hegemonía política es tan brillante que sigue capturando con los mismos soportes la forma de la cual deberíamos entender una sexualidad”, confiesa Song.

La especialista señala que una cosa es el contenido sexual donde se produzca pedofilia y se quiebre una ley respecto del consentimiento de que una persona pueda o realmente esté en sus cabales para poder decidir tener sexo con alguien; y otra cosa tiene que ver con la histórica discusión respecto “qué articula el sexo políticamente; es decir qué son las prácticas sexuales y qué hay en los imaginarios respecto esas prácticas que tienen un carácter heterosexual”.

La pospornografía, de acuerdo con Song, no pretende eliminar todo lo que rodea a esas prácticas, sino más bien utilizar eso para crear algo superador. “No podemos abandonar el placer, pero sí lo podemos utilizar para combatir el patriarcado. La idea es no sólo usar el imaginario pornográfico para poder habitar cierto placer sexual sin las culpas de la moral, sino también se trata de reinventar nuevos placeres que no sean los heteronormados. Hay que desarticular ciertas normas de producir imágenes de placer sexual que lo único que hacen es reproducir lo mismo de siempre; imaginamos otro porno posible. Nuestra propuesta no es ser paranoicos con lo genital y las formas tradicionales de tener sexo, sino pensar cómo a partir desde el mismo placer sexual podemos ir corriendo límites e imaginaciones”, consideró.

Para Song, lo preocupante de las redes sociales no es la libertad y la autonomía, sino por el contrario es que se abre la posibilidad de producir lo mismo de siempre “con mucha más rapidez y eficacia”.

En este sentido observó: “Las redes sociales adquirieron un carácter mucho más normativizante de lo que se piensa comúnmente, porque son sumamente efectivas para sancionar, controlar y establecer parámetros morales, más que los medios tradicionales.

 

Somos Piel

Bajo ese nombre, las realizadoras artísticas Mariana Saur Palmieri y Laura Faner encararon una experiencia de investigación y producción de dos años cuyo objetivo es explorar el cuerpo, exhibirlo y ponerlo en tensión con lo establecido por la cultura, los medios y la política.

Las performances consistían en convocatorias abiertas para mostrar y experimentar de manera colectiva los cuerpos al desnudo en lugares públicos y en las redes sociales. “La propuesta partía del estudio y la exposición del cuerpo por fuera de la ficción; en la práctica empezaban a develarse visiones que tenemos del cuerpo, sentidos comunes sobre qué cuerpos se muestran y cuáles no y qué partes se muestran. Hay algo en esta experiencia que, si bien es individual, al compartir la desnudez masivamente, ayuda a problematizarnos de manera colectiva sobre nuestro propio cuerpo; crear un momento de liberación de tabúes y opresiones de un otro”, comentó Saur Palmieri.

Luego de la performance, la experiencia continuaba en las redes sociales mediante los registros fotográficos; lo cual finalizaba con la censura de parte de las plataformas como Facebook e Instagram. “Empezamos a trabajar con diferentes formas de censurar las fotos, lo que implicaba amoldarnos para poder permanecer en ese espacio y poder continuar con la problematización respecto el desnudo. Censuramos los genitales porque las redes no lo permiten, aunque sí permiten otros cuerpos totalmente sexuados sobre todo cuando se muestran como un producto vendible”, comentó la artista.

Si bien esta experiencia reúne muchos de los requisitos para ser considerada “pornografía”, como los desnudos, la presencia de genitales, la exposición y el registro y el contacto entre las personas; las productoras manifiestan que se trata de una experiencia diferente. “Cuando comenzamos a trabajar en desnudos decidimos no vincularlo necesariamente con lo sexual, lo queríamos encarar desde otra perspectiva. No insertamos a Somos Piel dentro del posporno, pero hay vínculos en el sentido de poder empoderar el cuerpo y exponerse a la mirada de un otro. A la vista algunos aspectos pueden ser vistos como pornografía, pero es una experiencia distinta para pensar el cuerpo”, expresaron las productoras.

 

Nota correspondiente a la edición n° 516 del semanario La Jornada, del 28 de mayo de 2018.

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