Por Evelina Ramírez y Jorgelina Quinteros
“Alivio al dolor”. “Ingrid puede descansar en paz”. Carlos Vidosa y Mirtha Ramallo podrán decirle con tranquilidad a su pequeña nieta que hicieron todo lo posible para que el crimen de su madre no quede impune.
La Cámara Séptima del Crimen condenó el viernes pasado a Marcos Haye a reclusión perpetua por encontrarlo culpable del femicidio de Ingrid Vidosa. La condena fue por homicidio triplemente calificado: por el vínculo, por alevosía y por mediar violencia de género.
La aplicación de la figura de femicidio a los asesinatos cometidos en un contexto de violencia de género con la pena de cadena perpetua para los femicidas es producto de los avances impulsados por el movimiento de mujeres para visibilizar y ponerle nombre a las diferentes formas de violencia machista. En un país donde muere una mujer cada 18 horas en este 2017, la mayoría en manos de sus parejas o exparejas.
El abogado de la familia Vidosa, Carlos Nayi, sostuvo que se trató de una “sentencia histórica”. La mamá y el papá de Ingrid expresaron su desahogo diciendo que “se hizo justicia”.
Fue un juicio corto, de siete audiencias que se desarrollaron en menos de un mes. Pero para llegar a él tuvieron que pasar dos años. Dos dolorosos años hasta llegar a esta instancia judicial.
El Tribunal estuvo integrado por los doctores Víctor María Vélez (presidente), José Cesano y Marcelo Jaime. A esto se suma el accionar de los jurados populares (ocho titulares y cuatro suplentes).
Por la sala pasaron 17 personas que brindaron su testimonio. Familiares, amigas, compañeras de trabajo, testigos de los últimos días de Ingrid con vida, personal policial y de la policía judicial.
En el juicio quedó expuesto que hay agresiones que no dejan marcas visibles en el cuerpo, pero que producen un daño profundo, doloroso y difícil de revertir: la violencia psicológica.
Este tipo de violencia implica acciones de hostigamiento, acoso y control total sobre la vida de una mujer y puede afectar tanto a mujeres vulnerables o sumisas, como empoderadas, seguras y con carácter fuerte.
Así era Ingrid antes de conocer a Marcos Haye, pero sus estrategias de manipulación la fueron transformando en una mujer sometida a la voluntad de su pareja y absorbida por su personalidad. Un año y medio después Ingrid no era la misma persona que antes. Se vestía diferente, comía distinto, había cambiado sus hábitos sociales, estaba pendiente de sus llamadas y necesidades.
Haye, que a lo largo de todo el proceso de investigación guardó silencio, sólo brindó su testimonio en la anteúltima audiencia y habló de un “pacto suicida”.
“Yo maté a Ingrid pero no la asesiné”, lanzó y explicó que no pudo terminar con el pacto porque el arma estaba averiada y no pudo efectuar un segundo disparo. Sin embargo, la última testigo en declarar fue una perito balística quien demostró que el arma estaba operativa.
La autopsia marcó que la muerte de Ingrid se produjo por un disparo a quemarropa. Las cámaras de seguridad, que datan de antes y también después del crimen, lo involucraron a Haye en la escena del crimen. A esto se agregó el testimonio del agente David Amaya, quien relató en la cuarta audiencia que vio a Marcos y a Ingrid dirigirse al Cerro de La Cruz el 24 de agosto de 2015, alrededor de las 19:00 horas.
Amaya en aquel momento se desempeñaba como guardia de seguridad en el Instituto Cristo Obrero. “Lo conocía de antes y lo saludé. Él me respondió el saludo. Iba con una persona femenina”, atestiguó ante el Tribunal. En su declaración sostuvo que tomó la decisión brindar su testimonio guiado por sus principios y convicciones. “Tengo una señora, una hermana y una madre. Si les pasa algo a alguno de mis familiares, si alguien supiera, algo me gustaría que lo cuente”, expresó emocionado.
Humanizar
Antes de comenzar la última audiencia, hubo un acto que fue reparador: el abrazo entre las dos familias. Un intercambio de palabras que representó un instante emotivo y hasta esperanzador.
El femicidio de Ingrid Vidosa cometido por Marcos Haye destruyó a las dos familias. Las últimas palabras de Carlos Vidosa reflejaron el profundo dolor que las atraviesa: “Pasamos la misma situación con la familia de Marcos. Las dos familias hemos perdido”.
“Esto nos trae un poco de alivio, pero el dolor continúa. Siento impotencia, sé que a Ingrid no la voy a tener más, simplemente tengo la sonrisa de ella, la buena imagen de buena madre porque me consta”, agregó.
Carlos le otorgó un sentido colectivo y ejemplificador a la sentencia del tribunal y el jurado popular: “Esto tiene que sentar un precedente, nuestros políticos responsables de esto tienen que hacer algo para que sean juzgados (los femicidas) y los que piensan hacer algo así que lo piensen dos veces antes de asesinar”, remarcó.
La condena de Haye nos merece una reflexión como sociedad, para poder entender como alguien puede llegar a cometer un crimen tan atroz y como la violencia hacia las mujeres escala desde los micromachismos hasta la violencia más extrema de un femicidio.
¿Cómo podemos comenzar un proceso de desnaturalización de prácticas violentas que nos atraviesan cotidianamente y que están normalizadas en los vínculos entre hombres y mujeres de todos los sectores sociales?
¿Cómo intervenimos cuando vemos que una mujer, una compañera, una amiga, un familiar o una completa desconocida están siendo violentadas?
¿Por qué culturalmente no cuestionamos que los celos no son amor, que la autonomía es importante en una pareja y que no tiene ningún derecho a que se invada la intimidad del otro?
¿Es un problema público, social, político, económico y cultural la violencia hacia las mujeres o corresponde al ámbito privado?
Que nada de esto sea en vano. Ni la muerte de Ingrid. Ni el dolor por el que tuvieron que atravesar sus familiares y amigos al escuchar una y otra vez lo que sucedió aquel fatídico 24 de agosto de 2015 en el Cerro de la Cruz.
Que nada de esto sea en vano. Que el caso de Ingrid Vidosa siente un precedente no sólo en sentido jurídico –ante lo contundente de la condena- sino en el necesario proceso de reflexión que debemos involucrarnos colectivamente para desnaturalizar prácticas violentas, y más aún de los hombres hacia las mujeres.
Que nada de esto sea en vano. Que el proceso colectivo de reflexión al que aludimos necesariamente involucra a los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo, judicial) y de la sociedad civil (escuelas, hospitales, medios de comunicación, la familia), para desarrollar herramientas que nos permitan intervenir a tiempo.
“Estamos luchando contra 500 años de patriarcado”, expresó una de las amigas de Ingrid al interpretar en sentido colectivo lo que ha pasado. Y si, de eso se trata.
Porque, como lo sostuvimos desde el comienzo: justicia por Ingrid es que esto no se vuelva a repetir. ¡Ni una menos!
Nota correspondiente a la edición n° 481 del semanario La Jornada, del 03 de setiembre de 2017.