El carlospacense Luis Alberto Quijano, hijo de un represor, declaró en el juicio La Perla

Luis Alberto Quijano fue obligado a trabajar para los militares. Vio a secuestrados, participó de operativos y visitó La Perla.

Luis Alberto Quijano y su padreLuis Alberto Quijano (radicado hace muchos años en Villa Carlos Paz) declaró este miércoles en la megacausa La Perla-La Ribera por los hechos que presenció durante la dictadura, cuando era obligado por su padre –el represor ya fallecido Luis Alberto Cayetano Quijano– a trabajar para los militares y participar de crímenes cometidos por el terrorismo de Estado.

En 1976, cuando Luis Alberto hijo tenía sólo 15 años, comenzó a trabajar de manera permanente en el Destacamento de Inteligencia 141, un organismo dependiente del Tercer Cuerpo de Ejército que reunía toda la información documental de detenidos y que decidía sobre secuestros, desapariciones y asesinatos.

Su infancia estuvo marcada por la violencia que le impartió su padre, un oficial de Gendarmería especializado en Inteligencia, que a partir del golpe de Estado comenzó a desempeñarse en dicho destacamento y pasó a integrar la “patota” de La Perla, un grupo militar que llevó a cabo las tareas de secuestro, allanamiento de docimicilios sin orden de detención, hurtos de bienes, torturas, desapariciones y asesinatos de quienes la dictadura consideró como “subversivos”.

Muchos de los integrantes de la famosa “patota” se encuentran hoy sentados en el banquillo de acusados imputados en el juicio La Perla. Quijano padre también integró la lista de imputados, hasta que resultó desafectado de la causa por razones de salud.

Luis Alberto pidió declarar ante el Tribunal sin la presencia de ellos y recordó a varios de los que conoció durante su adolescencia: Palito Romero, Chubi López, Manzanelli, Texas, Diedrich, Yáñez, Barreiro,Vergéz, y otros.

“Mi tarea en el Destacamento era destruir documentación clasificada. No se confiaba mucho en los colimbas, por eso me pusieron a mí de encargado. Dependía de Aguilar, un oficial que era como mi tío, me hacía creer que yo también era un oficial de inteligencia”, manifestó el testigo.

Se le ordenaba destruir fotos, documentos, pasaportes, títulos, y libros. Quijano aún conserva algunos ejemplares que en ese momento le llamaron la atención.

Pese a su juventud, a los 15 años Quijano ya conocía todo sobre la utilización de armas o cualquier armamento de guerra. A cada lugar que iba llevaba su pistola, a veces ametralladora. En varias ocasiones, acompañó a grupos armados a realizar secuestros o allanamientos. La tarea que le adjudicaban era la de cuidar el vehículo, y ahuyentar a cualquier vecino que preguntara qué estaba ocurriendo.

“Recuerdo una imprenta clandestina en Barrio Observatorio. Se bajaba por una escalera y se ingresaba a una bóveda, donde funcionaba la imprenta que pertenecía a Montoneros. Agarré una estrella federal de madera, que tenía escrita la frase ‘Libres o Muertos’. Me la llevé”, relató Quijano. Acto seguido, explicó al Tribunal que actualmente conserva en su hogar muchos de los objetos que tomó por su propia cuenta, o que robó su padre, pertenecientes a personas detenidas.

 

Los cassettes con sesiones de tortura

“Me daban cassetes para oírlos. No era algo agradable, pero ya estaba acostumbrado. Dos amigos de la escuela también los escucharon. Yo los llevaba en el bolsillo y para mí, teniendo en cuenta esa época, era algo normal. Ya no los tengo porque se me ordenó destruirlos”, describió.

“Sé que a los presos se los ataba de pies y manos la cama. Y se les ponía el voltaje directo. Recuerdo que no se les podía dar agua inmediatamente porque morían de un infarto. Nadie se resistía a la picana, ellos (los militares) le decían la máquina”, explicó.

 

Visitas al centro clandestino La Perla

El testigo relató que en más de una oportunidad visitó La Perla y desde una puerta pudo ver la cuadra, una gran sala que tenía en cautiverio a cientos de detenidos en condición de desaparecidos, aislados padeciendo el hambre y la violencia cotidiana de los torturadores.

“Desde la puerta veía la gente, y las colchonetas”, recordó. En un momento, mientras Quijano adolescente observaba, su padre que hablaba con sus amigos militares le dijo: “¡Dejá de mirar pelotudo”!

 

Sobre el destino de los desaparecidos

“Ellos (los militares) hablaban del pozo. Sacaban gente de La Perla, venían los camiones de la Brigada y los cargaban. Les hacían cavar pozos y los mataban y enterraban”, recordó.

“Se que cuando llegó la época de Alfonsín se trajeron, no se de dónde, máquinas para abrir los pozos. Se molió todo: los cuerpos y la tierra. Decían que nadie iba a encontrar nada”, agregó. “También se que en algunos casos se llevaban los cuerpos a fosas comunes en los cementerios”, dijo.

 

El hurto de bienes

Héctor Vergez (imputado del juicio La Perla) era uno de los tipos que más autónomamente se manejaba. Era considerado muy peligroso. Solía robar mucho, aunque todos robaban. Trabajaba en La Perla y en la Mezquita”, explicó Quijano.

Además, aclaró que los grupos militares robaban el dinero que encontraban en las casas que allanaban. “Recuerdo haber visto mucho dinero, que se lo repartían entre ellos. Decían que era botín de guerra”, expresó.

“Los militares tenían la facultad para fusilar gente. No se usaba orden de allanamiento. Eran dueños de la vida y la seguridad de todos”, añadió.

 

“Menéndez le salvó la vida a Angeloz”

Quijano no recordó haberlo visto a Luciano Benjamín Menéndez, el jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, aunque mencionó un recuerdo particular.

“Él le salvó la vida a Eduardo Angeloz, porque lo estuvieron por secuestrar. Eran dos personas, uno el soldado Jorge Acosta. Menéndez frenó ese procedimiento, y pidió que no lo tocaran”, explicó el testigo. La motivación del ataque a Angeloz, dirigente de la Unión Cívica Radical (UCR) y ex gobernador de Córdoba, fue porque habían encontrado bombas en la Casa Radical.

Luego de un largo testimonio, Luis Alberto Quijano dio cuenta de las situaciones con las que convivió durante su infancia y adolescencia. De chico estudiaba en el Colegio Deán Funes. “Tenía muchos problemas de conducta, me salvaba porque era hijo de militar, sino me echaban”, expresó.Cuando su padre falleció hace dos meses, Luis Alberto, de 54 años, no se conmocionó por la noticia. El testigo, hoy muy lejano de aquella historia, demostró sin titubeos ante el Tribunal del juicio La Perla su deseo de colaborar en la búsqueda por la memoria, verdad y justicia.

 

 

Cba24n

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here