¿Cuál Sandra Díaz?

Por Emilio Iosa

— ¿Cuál Sandra Díaz? —preguntó el mozo de aquel bar al verme hojeando La Voz del Interior, en donde dice que la revista Times señaló a la Sandra nuestra como una de las cien personas más influyentes del mundo.

— La Sandra nuestra —le respondí sonriendo como si estuviera viendo la imagen de una prima sabia y algo mágica, hecha de tinta y prestigio global (además es de escorpio y cumple los años el mismo día que yo y eso me llena de infantil orgullo).

Porque hay muchas Sandras en el mundo y muchas se apellidan Díaz. Pero la Sandra nuestra es la que camina por las sierras de Córdoba con un cuaderno de campo, la que da clases en la UNC con la misma pasión que la primera vez, la que discute en inglés en foros científicos de altísimo nivel sobre biodiversidad, y también, la que vuelve a su casa con tierra bajo las uñas, llena de preguntas que nadie más se hace.

En fin… Sandras Díaz seguro hay miles. Pero la nuestra es la BIÓLOGA, con mayúsculas, la investigadora del CONICET, referente mundial en el estudio de la biodiversidad y su relación con el bienestar humano. La misma que, desde un laboratorio en Argentina, puso sobre la mesa global algo que parecía olvidado: que el ser humano no está fuera de la naturaleza, sino profundamente enredado en ella.

¿Cómo llegó tan alto una cordobesa de Bell Ville?

No hubo atajos. Hubo monte. Hubo ciencia. Hubo resistencia intelectual y amor obstinado por la tierra. Sandra nació en Bell Ville, Córdoba, y eligió desde temprano una vida de preguntas profundas. Se formó en la Universidad Nacional de Córdoba y desde allí salió al mundo con una tesis en la mano y la convicción de que el conocimiento debía servir no solo para entender el mundo, sino para cuidarlo

La revista Time la eligió entre las 100 personas más influyentes del mundo y hoy ya no sabe cuántos premios tiene. Pero Sandra ya era gigante mucho antes. Aquí, en Córdoba, donde el monte aún resiste entre rutas y loteos, donde las palabras “cambio climático” empiezan a doler, su figura se vuelve brújula.

Entonces sí: LA SANDRA NUESTRA

La que nos señala que la ciencia también puede ser un acto de amor.

La que, sin pedir permiso, sembró futuro.

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